sábado, 25 septiembre 2010. Juan y yo resolvemos problemas de matemáticas en una libreta de Hannah Montana. Se supone que es de su hija Ani. Mientras, Ani juega con una PSP. Una vez que hemos terminado, dibujo con el dedo a sus hijos en una pizarra. Se parecen mucho. Su hijo Pablo llega con un amigo. Se ha cortado el pelo, así que le doy con el dedo al dibujo para igualarlos. Son las 14.51, dice Pablo, y recuerdo que he quedado a las 15.00 para comer con mi padres. Busco mis zapatos, pero no los encuentro. Juan dice que no me preocupe, que Pablo tiene que coger el mimos bus que yo y nos llevará ala estación. Voy sentada en el asiento de atrás, Juan agarra mi pie desnudo mientras conduce. Pienso que lo ha confundido con la palanca de cambios, pero por cómo lo acaricia, siento que es su forma de despedirse. Cuando llegamos a la estación, a Pablo se le cae una moneda al suelo, rueda calle abajo, corre tras ella. Juan consulta en el móvil dónde está aparcado el bus, señala con el dedo y caminamos por un descampado. Casi nos atropella un coche que circula marcha atrás. Como sé que llegaré tarde de todos modos, me olvido de la prisa y no le digo a Juan que vamos en sentido contrario.