telefonillo, tirantes y cristales

miércoles, 29 septiembre 2010. Mi madre dice que Manuel se ha ido y ni siquiera me he despedido de él, después de haber estado ayudándome toda la tarde a arreglar el ordenador. Mi madre arranca el telefonillo del portero automático de la pared de la cocina y me lo pone en la mano. Todavía lo pillas saliendo del portal, dile adiós, dice.
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Me pruebo vestidos de fiesta para ir a la comunión de Marta, la hija de Josemari. Vestidos hasta los pies con estampados veraniegos. Mi madre dice que todos me quedan bien, sobre todo uno sin tirantes, yo me veo ridícula. Alberto mete la cabeza en el cuarto para advertirme que ha decidido no ir. Llama a Emilio, y te vas con él, dice. Intento marcar su número de teléfono, pero me equivoco todas las veces. De repente veo que Emilio está en mi cuarto en pijama. Te recuerdo que la comunión es hoy. Él piensa que es al día siguiente. Ángeles le dice a Emilio que qué espera para vestirse. Lo ves, le digo. Josemari también entra en mi cuarto. Lleva un pantalón corto y un polo. ¿No os vais a vestir de largo?, le pregunto. Puedes ponerte lo que quieras, dice. Y en ese momento, el vestido de fiesta sin tirantes se me cae y queda arrugado sobre los pies.
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Estoy en una playa de piedras con Salud y Loli. Loli, al ver las piedras brillando en la orilla corre hacia a ellas como una niña. Salud lleva una maleta de ordenador enorme que apenas la deja moverse. Hay piedras grises con rayas blancas, preciosas, pero son largas y grandes como barras de pan. Intento elegir una bonita para llevármela. Entre las piedras hay trozos de cristal en forma de cubo con lo que podría hacer marcos de foto. Le doy a Salud unos cuantos. Sobre una máquina de coser que alguien ha tirado, veo tres de mis piedras. Una de ellas es la que me envió Chivite. No comprendo cómo ha llegado allí. La luz sobre la piedra es tan bonita que la dejo un poco más. Cuando voy a recuperarla ya no está. Me entran ganas de llorar. Salud dice que tenemos que irnos. Loli vuelve de la orilla cargada de piedras con cara de felicidad. Yo sólo llevo en las manos un trozo de cristal roto.