domingo, 23 octubre 2011. Begoña, Juan y yo llegamos a una sala para leer poemas. Las paredes están mal encaladas y el suelo está cubierto de una especie de alfombra sucia de lana con mechones sueltos. Nos hay sillas. Tanto el público como nosotros nos sentamos sobre la lana. Entre algunas mechas veo que hay restos de comida, salsa de tomate, garbanzos. Pienso que acabaremos con la ropa sucia, pero no digo nada. Un tipo nos dice que primero leerá Juan, después Begoña y terminaré yo. Le digo que deberíamos hacerlo al revés, empezar conmigo que mis poemas son más sosos y terminar con Juan que lo hace mucho mejor que yo. Me empuja la frente con el índice a la vez que dice: No. Juan comienza a leer. Lee a gritos, rapeando sus poemas al ritmo de una canción de Freddy Mercury. Begoña y yo lo miramos asombradas. Pienso que quiere hacerlo mal para que no vuelvan a llamarlo, pero consigue justo lo contrario. Lo hace tan bien que el público se pone en pie y aplauden como locos. ¿Lo ves?, hagas lo que hagas eres el mejor, le digo.