martes, 4 octubre 2011. No sé qué pedir en un restaurante. Una señora, desde su mesa, me dice en francés que no pida el pescado porque la otra vez no me gustó. No recuerdo haber estado nunca en ese restaurante. Al cabo de un rato la camarera me pregunta qué tomaré de postre y, sin darme tiempo a responder, añade que ya sabe que el bizcocho de fresa no me gusta porque me lo dejé la vez anterior. No sé de qué me habla. En ese momento la vitrina de las tartas explota. Miro por la ventana y veo varios platillos volantes. Señalo al cielo, pero cuando los demás miran ya no hay nada.
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Paseo por una ciudad adoquinada con mi sobrino Darío de la mano. Lo dejo se que pare a cada paso para mirar cualquier cosa. Se encuentra un plato pequeño de cerámica en el suelo y lo mete en mi mochila. Has encontrado un souvenir, qué suerte has tenido, le digo. El niño, muy serio dice que no cree que lo haya encontrado, que seguramente la dueña del bar lo puso en la calle como cenicero. Así que corramos, dice. Pienso que a ese paso llegaremos tarde al aeropuerto y es posible que perdamos el avión, pero no digo nada y seguimos mirando cuentos en un kiosco. ¿Te has fijado que no pasan coches?, dice Darío.
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Paseo por una ciudad adoquinada con mi sobrino Darío de la mano. Lo dejo se que pare a cada paso para mirar cualquier cosa. Se encuentra un plato pequeño de cerámica en el suelo y lo mete en mi mochila. Has encontrado un souvenir, qué suerte has tenido, le digo. El niño, muy serio dice que no cree que lo haya encontrado, que seguramente la dueña del bar lo puso en la calle como cenicero. Así que corramos, dice. Pienso que a ese paso llegaremos tarde al aeropuerto y es posible que perdamos el avión, pero no digo nada y seguimos mirando cuentos en un kiosco. ¿Te has fijado que no pasan coches?, dice Darío.