lunes, 3 marzo 2014. Parece que estamos de viaje y nos quedamos en casas (que no sé si nos prestan o las ocupamos). La primera tiene una puerta batiente que no llega al suelo ni al techo, dejando dos huecos por los que pueden vernos e incluso entrar. Intento cerrarla cuando me quedo sola, pero es imposible. Por la ventana veo caminar a un soldado vestido de negro con una espingarda. Él mismo parece una espingarda. Es sólo un dibujo de Federico del Barrio, me digo. Otro soldado (que parece japonés) se acerca a él. Una voz en off pregunta: ¿Qué va a pasar? Pienso que el soldado japonés disparará al dibujado. No: se deja resbalar por un la hierba seca y provoca que el dibujado se dispare a sí mismo. ahora estamos en otra casa. Mi madre intenta preparar algo de comida con lo que hay en el frigorífico. El frigorífico es un iglú en medio de la cocina. La puerta tiene un disparo, le digo a mi padre. Tiene dos puertas, responde él. Dentro sólo hay huevos de corcho tamaño sandía, y dentro de los huevos se supone que hay comida. Mi madre extiende sobre una manta en el suelo lo que ha preparado: caracoles vivos y un espinazo crudo. Hay que darse prisa, dice. Prefiero no comer, me fijo en las puertas de la casa, tienen forma de trapecios irregulares, las paredes están cubiertas de cartón y cinta aislante. Tengo la sensación de que debemos marcharnos de allí cuanto antes.