jueves, 27 marzo 2014. En la acera hay un minitaxi de latón que más bien parece una silla de ruedas. Mi abuela, mi madre y yo subimos. El resto de la familia nos espera a las puertas de un restaurante gallego. Antes de entrar nos piden que nos pongamos unos patucos de plástico sobre los zapatos. Bajamos una escalera estrecha y empinada que da a un chalet adosado. Tony nos recibe. Nos enseña el paisaje: un bosque salpicado de casas. Vosotros viviréis en la primera planta, dice. Pienso que quizá esté en un capítulo de una serie, donde tres amigos comparten casa. Pensar eso me relaja un poco porque no quisiera mudarme. Sobre la cama de Tony hay un móvil encendido. En la pantalla se ve un plano de la casa y marcados con colores dónde estamos cada uno en ese momento. Si me muevo, mi color se mueve en la pantalla. Pienso que es para controlarnos, porque al fin y al cabo es su casa. No sé qué hacer, no encuentro mi sitio. Los días aquí serán largos, pienso.