domingo, 23 marzo 2014. Doblo toallas en el cuarto del baño, Alberto se asoma y comienza a contarme algo que parece muy divertido en voz baja. Lo interrumpo, le digo que no lo oigo, que empiece de nuevo. Se va. Lo sigo hasta el cuarto donde duerme la siesta y ya está tumbado. Lloro, le digo que sólo le pido que hable más algo. Al arroparlo encuentro bajo el edredón utensilios de cocina (tijeras, espumaderas, pinzas).
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Conduzco a gran velocidad por una carretera con obstáculos que van a pareciendo de repente como en un videojuego (pequeñas rotondas con plantas, monolitos de piedra, líneas amarillas sobre líneas blancas). Hay dos coches parados en batería en mitad de la carretera, los conductores sacan las manos por las ventanillas e intentan pegarse. Volantazo y bajo por una rampa hasta un paseo marítimo. Parece que están rodando una escena de una película y me dicen que tengo que dar la vuelta. El coche se ha convertido en una moto enorme, pesa muchísimo. Le digo a Alberto (que va detrás) que se agarre fuerte. Subimos la rampa y hasta una escalera. Arriba hay una tienda de cosas de plástico para la casa de los años sesenta. Si quieres comprar algo es el momento, le digo a Alberto, porque no sé si sabré volver algún día a este lugar.