domingo, 23 julio 2017. Una familia de gatos entra por la barandilla de la terraza. Temo que caigan. Intento no moverme para no asustarlos. Cuando me ven me atacan. Después se acoplan en el suelo, sobre una toalla. Pienso en cómo podremos deshacernos de siete gatos. Mientras, mi familia ha llegado. Se supone que tendría que estar todo listo, pero la casa (que no es la mía) está desordenada. Intento vestirme, pero en cada habitación hay alguien haciendo algo. Mi padre me va siguiendo haciendo preguntas absurdas, como, ¿cuántos colores tienen los bolígrafos de cuatro colores? Mi hermana está encerrada en el baño recortando revistas, mis primas se prueban zapatos, mi madre quiere saber si pone o no la mesa. Una de mis tías dice que debo ir al médico porque tengo mal el empeine. Lo dice y me clava un tenedor en el empeine derecho. Mi padre se tumba en un sofá rígido, dice que va a desfallecer de hambre, pero no piensa comer hasta que los maridos de mis primas lleguen porque no se fía de la comida que han dejado sobre la mesa. Seguro que tiene hormigas, que la coman ellos antes, dice y cierra los ojos. La comida que hay sobre la mesa está encima de papel de estraza. Parece soja texturizada. La otra, gelatina rosa. Pruébala, dice mi madre. Tomo un pedacito muy pequeño. La escupo con asco. ¡Es grasa mejicana!, dice mi madre con gesto de felicidad.