sábado, 1 julio 2017. El porche del recreo del colegio es la terraza de un bar. Estoy con Alberto, mis padres y mi sobrino Abel. En la mesa de al lado se sientan tres miembros de "Danza invisible". Los miro de reojo, los noto muy viejos. Incluso Ojeda tiene muy poco pelo, esconde la cabeza entre las manos. En otra mesa está Antonio con un portátil. Me dice desde lejos que tengo que oír algo. Pone una canción que va sobre un desembarco. Te la mandé yo, ¿no te acuerdas?, pregunto. Claro, dice. No le digo que se la mandé aun sabiendo que está muerto. No le digo que a veces le escribo mails, aunque sepa que ya no los puede leer. El camarero trae la vuelta. Hay dos monedas negra. Mi padre se enfada muchísimo, dice que quieren engañarnos. Es sólo pintura, publicidad, mira, le digo para tranquilizarlo. Mientras, Abel se queda con el cambio. Mi padre vuelve a enfadarse muchísimo. Nos vamos. Lo ayudo a bajar una escalera de madera rota. Al llegar a la carretera, mi padre se ha convertido en mi abuela. Camina de mi brazo como si fuese más joven que yo. Un par de periodistas nos graban caminando por el arcén. Esta noche saldremos en las noticias, le digo.