miércoles, 5 julio 2017. Estoy en unos grandes almacenes destartalados con los que ya he soñado otras veces. Hay muy pocas cosas. Me gusta un bolso de fiesta plano. No veo el precio ni a ninguna dependienta para preguntar. Bajo las escaleras, pero ya estoy en la calle. Pienso en lo fácil que sería robar. Vuelvo a subir. Encuentro a dos chicas junto al ascensor. Les pregunto por el precio. ¿Es que no sabe leer?, dice y abre el bolso. Saca una pegatina diminuta con el precio. Ahora tiene el veinte por ciento de descuento, haga la cuenta, rápido, me dice. Llega el ascensor. Las dos chicas entran y no dejan pasar a una limpiadora cargada con un carro. Protesto, les digo que la chica tiene más derecho que ellas a usar el ascensor. La chica entra. El ascensor parece un dormitorio. Ya en la calle, veo a una señora muy gorda tumbada en la acera, exactamente igual que las morsas de los documentales. Lleva una bata de colores chillones. Menos mal, pienso, si no le pasarían por encima. Un hombre muy alto se le acerca, la arrastra como puede hacia una camioneta. Pienso que va a secuestrarla. Cojo una barra metálica de una papelera y me voy hacia él. La mujer morsa me detiene con un gesto. El hombre saca algo de la camioneta y se lo da. Parece que sólo quería ayudarla.