mano asesina y rubia de bote

viernes, 29 febrero 08. Estoy durmiendo y noto que mi mano busca algo en la mesa de noche. La mano encuentra un cuchillo e intenta atacarme. Con una mano agarro la otra para defenderme.
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Mi padre y yo estamos en una plaza mirando la fachada de una iglesia. Unas chicas muy guapas vestidas de tirolesas, sacan unas calderas enormes y adornan la plaza con lazos y ramos de flores. Pienso que va a haber una verbena. Al momento llega un coche fúnebre. No entiendo para qué tanta comida y tanta fiesta si el muerto no va a enterarse, le digo a mi padre. Sí se entera, me responde llorando.
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He ido a cortarme el pelo. El peluquero es un chico joven que atiende en su propia casa. Nos sentamos en el suelo de su cuarto, me pone una crema blanca en el pelo y empezamos a hablar como si fuésemos amigos de toda la vida. Por el cuarto pasan sus hermanas, su madre y sus amigos. La madre, en vez de ojos, tiene dos canicas de colores preciosas. Sin que yo llegue a decirle nada, me explica: Tengo una infección en los ojos. Pienso que mientras me ponía la crema he perdido un pendiente. Encuentro un tornillo en el suelo y, al ir a guardarlo en el bolsillo, descubro que tengo seis pendientes. El peluquero me lleva de la mano de una habitación a otra para enseñarme la casa. Cuando habla conmigo lo hace con normalidad, pero cuando habla delante de su madre toma un tono teatral y amanerado. Los amigos siguen entrando y desordenándolo todo. Como si me leyera el pensamiento, me dice que no me preocupe, que mis cosas están a salvo en el cuarto de baño. Uno de sus amigos me pide mi email y le digo imitando a Joaquín Reyes: ¿Para qué lo quieres?, para matar. Se ríe, y así evito dárselo y quedar como una estúpida por no querer dárselo. La madre del peluquero nos dice que es la hora de la cena y que ya no hay tiempo para cortarme el pelo. Él me insiste en que me quede a cenar. Le digo que tengo que volver a casa porque Alberto me espera. Me da una libreta para que le apunte mi nombre y teléfono, para poder avisarme cuando tenga otro día libre y cortarme de una vez el pelo pero, después de muchos intentos, soy incapaz de escribir mi nombre correctamente. Le pregunto si tengo que quitarme la crema del pelo antes de irme. No hace falta, te ha quedado precioso, dice. Bajo en ascensor con sus dos hermanas. Una lleva una blusa igual a un vestido de mi suegra. Como si me leyera el pensamiento, me dice: Mi blusa es muy bonita. Esa hermana es dulce y tiene una mirada triste. La otra es muy antipática y noto que prefiere que no vuelva por allí. Una vez en la calle, la hermana mala se sube a una columna y señala un punto. Comienzo a andar en esa dirección. Encuentro una plaza con una fuente cuadrada. Hay niños mirando hacia el fondo, donde dos chicos y una chica están representando una obra de teatro. La chica hace de obispo y los dos chicos van vestidos de negro. Uno de ellos mira hacia arriba y lo saludo con la mano porque es Camilo. ¿Quién es esa rubia tan guapa?, se le oye decir por los altavoces de la fuente. Me voy de allí inmediatamente porque no quiero decepcionarlo cuando salga de la fuente y descubra que la rubia, en realidad, soy yo. Me doy cuenta entonces, que la crema que me había puesto el peluquero era para teñirme el pelo. Busco desesperadamente el tren de cercanías para volver a casa.

desnudos estupendos y el capitán tapioca

jueves, 28 febrero 08. Alberto, mi hermana y su marido están en la terraza regando. Pienso que están desperdiciando mucha agua, pero no les digo nada. Al entrar en el salón, mi hermana me dice que está harta de ver mi estupendo ombligo. Me doy cuenta, entonces, de que sólo llevo puestas unas bragas. Me siento en el suelo, me las quito y le digo: Pues mucho más estupenda estoy desnuda. Al entrar al dormitorio, veo a Alberto en la cama, aunque sigo oyendo su voz en la terraza. No comprendo cómo puede estar en dos sitios a la vez.
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Leo en una revista una noticia: El primer hombre violado del mundo. Dos páginas con fotos en blanco y negro de una fiesta en la playa, donde se ve al chico beber y después tumbado bocabajo sobre la arena. La violación no se ve pero se intuye por los gestos del chico. Mientras leo las frases a pie de cada foto, se convierten en imágenes con movimiento. No entiendo cómo la gente que estaba a su alrededor no hizo nada por ayudarlo. Tiro la revista asqueada.
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Alberto, Eski y Caína van en la cabina de una camión, donde transportan una bombona de butano gigante. Le pregunto desde la acera si tiene permiso para llevar material peligroso. Me dice que no quiere verme cuando lleguen a la playa. Me acerco al coche de Pepe, donde Isa, Daniel y Ángeles están listos para marchar. Les digo que no iré a la playa. Intentan convencerme de que vaya con ellos, pero les digo que Alberto no quiere verme allí. Se van. Me siento en la acera y me doy cuenta de que no hay asfalto, sólo tierra. Se han llevado hasta el asfalto, pienso. Me he quedado en un paisaje color arena bastante polvoriento. Un chico vestido de Capitán Tapioca se sienta a mi lado y sin decir nada me pone unas medias sport del color del paisaje. A la altura de la rodilla me ata un lazo. Le pregunto por qué las adorna como si yo fuera una niña. No es un adorno, es un distintivo; ahora eres de los nuestros, dice.
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Al pasar por delante de una iglesia, veo que Odila y Camilo están en la puerta. Entro y busco un lugar para sentarme. Sólo queda sitio en la primera fila. Mi tía Mari está sentada justo en mitad del banco. Procuro sentarme lejos de ella y dejando un sitio libre a cada lado para que se puedan sentar Odila y Camilo. Odila pasa de largo, ni siquiera me saluda, y se sienta junto a mi tía, en el otro extremo del banco. La misa empieza y Camilo no ha entrado.

491

domingo, 24 febrero 08. He quedado con Agustín en el kilómetro 491 de una carretera. Alberto me dice que es imposible que demos con el punto exacto, y se sube a un contenedor de basura para ver el horizonte. Horizonte no hay, dice. Empujo el contenedor hasta la siguiente curva. Se ve la plaza del pueblo, dice. En la plaza hay un cartel enorme en el que pone: Kilómetro 491, Bienvenidos! Agustín nos está esperando a las puertas del cementerio. Es el único cementerio modernista del mundo, dice.

yasmina fluorescente

sábado, 23 febrero 08. Elena, mi sobrina, ha teñido el pelo de su hija de color naranja fluorescente. Cuando le pregunto por qué ha hecho eso, me dice que porque le habían salido gusanos en la cabeza. Eso me lo cuenta mientras subimos por una escalera mecánica que da a una azotea.

transparente

viernes, 22 febrero 08. Alberto ha salido y yo lo espero en una habitación de hotel. Acabo de salir de la ducha y oigo voces. En la habitación han entrado dos parejas con maletas enormes. Quiero decirles que es mi habitación, pero no me sale la voz. Les hago una señal con la mano para que esperen y me encierro en el cuarto de baño para vestirme. Cuando salgo, ya han sustituido nuestras cosas por las suyas. Les explico que nosotros no nos marchamos hasta el día siguiente. No me hacen caso. Ni siquiera me miran. Empiezan a llegar amigos de las dos parejas y la habitación se llena de gente que bebe y fuma. Encienden la tele para ver un partido. Les digo que nosotros también hemos ido a ver un partido. No me hacen caso. Empiezo a pensar que no me ven. Uno de los chicos me mira y me dice: Sí te veo, pero me has decepcionado completamente. Salgo a la calle en busca de Alberto, pero no sé en qué ciudad estoy. Entro en un monasterio enorme lleno de habitaciones sin puertas, decoradas estilo chino. En algunas hay gente durmiendo, en otras muñecos disfrazados de chinos.

cotázar y la teoría del único pecho

miércoles, 20 febrero 08. Elisa y yo hemos quedado con Daniel en el cine. No conocemos la ciudad. Damos vueltas por callejones llenos de turistas. Al pasar por una tienda, Elisa roba un bastón de caramelo del tamaño de un paraguas. Cómo has cambiado, le digo. Seguimos a un grupo de turistas y acabamos en un museo. Le digo a la encargada que nos hemos perdido y si puede indicarnos dónde está el cine. Cuando le explico que vamos a ver una película basada en un relato de Cortázar, saca el libro del bolso, dice que lo está leyendo en ese momento y que no podemos perdérnosla. El cine está en el Camino Alto, dice. Abre una puerta con una llave enorme y nos hace saltar al campo. Pisamos un montón de vasijas del museo, pero dice que nada tiene importancia comparado con esa película. Una vez en el campo, volvemos a perdernos. Entro en una casa a preguntar por el Camino Alto. Mientras una chica me lo explica, Elisa le ha pedido a la dueña de la casa una copa de cava. La dueña me pone a mí otra copa. No tenemos tiempo, le digo. Bebo un sorbo ante la insistencia, pero mi copa tiene un agujero y el cava me mancha la ropa. Elisa ha subido a la azotea de la casa a ver el paseo marítimo. Dice que su vida ha cambiado desde que ha tenido al niño, pero que no podía dejarlo para más adelante. Me dice que eso se sabe simplemente mirando los pechos de una mujer. Los pechos son uno mientras eres joven, pero cuando son dos, ya no puedes tener hijos. Cuando los pechos son dos, nadie vuelve a quererte. Me creo todo lo que dice porque es médico y supongo que habla desde un punto de vista científico. Baja a por más cava. Saco una libreta y escribo lo que me ha dicho. Me echo a llorar. Cuando llega, dice que mi cara ha cambiado. Le pregunto por el bastón de caramelo para desviar la conversación. Llega Andrés, va en pijama. ¿Has ido así a trabajar?, le pregunto. Sí, responde Elisa, lo visto yo por las mañanas.

oro

sábado, 16 febrero 08. Me pica la espalda, al rascarme me sale de la piel un grano de arroz de oro.

plastilina

jueves, 14 febrero 08. Un grupo de adolescentes hace apuestas en una habitación de madera. Algunos llevan pistolas, juegan a tirarlas por el aire y cogerlas al vuelo. De repente les parece muy divertido colgar a una de las chicas bocabajo sobre un hormiguero. Después se alejan. La chica logra alcanzar el suelo y camina sobre las manos. Llega a un poblado de androides con las calles de arena. Está agotada, se arrastra por la arena. Un androide le pisa las manos sin querer, pero no le pide disculpas. Modelo un vaso de plastilina azul y blanca y se lo ofrezco con agua. La chica, después de beberlo, hace con él una bola. Un hombre, que parece ser su jefe, le dice que ha contado las servilletas y falta una. Ella le muestra dos que tiene delante, pero él la ignora.

la masa y viajes en el tiempo

miércoles, 13 febrero 08. Alberto me acompaña al semáforo de Correos. He quedado con Óscar, pero no llega. No podemos aparcar ni parar porque hay mucho tráfico, así que volvemos a casa. Llamo a Óscar por teléfono y está dormido. Dice que no habíamos quedado y que además es muy temprano. Sólo son las diez, dice. Voy a buscar a Caína a su casa, pero no ha nadie. Vuelvo, y en el portal hay varias vecinas con carros de la compra llenos intentando subir las escaleras. Las ayudo a pesar de mi dolor de espalda. Cuando llegan al rellano del ascensor, cierran la puerta y ni siquiera me dan las gracias. Miro el buzón y hay unos cuantos sobre pequeños con dibujos. Algunos están hechos de papel tan fino, que debo poner sumo cuidado al tocarlos porque se deshacen.
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Caína y yo estamos en un bar. Ha traído a dos chicos que no conozco y, aunque es un bar de copas, no hacen más que pedir comida. Al fondo del bar, pegado a la pared, veo a Óscar. Cuando me ve, se acerca y se sienta junto a Caína. Me dice que estoy muy flaca y que debería comer más. Enséñale, le dice Caína. Óscar se quita la camiseta y su cuerpo parece el de la masa. Me quiero ir de allí, pero no digo nada.
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Tengo un armario que uso como nave de transporte. Acabo de llegar a casa de mis padres y traigo regalos para todos. A mis tías y a mis padres, fotos antiguas de sus antepasados. A mi hermana una colección de álbumes que perdió y un cómic dedicado por el autor. No les hace ningún aprecio e intenta meterse en el armario cuando yo aún no he salido. Le digo que sólo admite una persona y si intentamos estar las dos se romperá para siempre. Insiste. Tengo que empujarla. Finalmente, decido salir del armario, llenar mi bolsa de viaje con varias fotos, unos libros y algo de ropa y marcharme. Ahí te dejo el armario, le digo con una tristeza enorme. Ya no lo quiero, ahora quiero la ropa que llevas en la bolsa, dice.

otorrinos y editoras folk

martes, 12 febrero 08. Hemos pasado unos días en el campo y tenemos que recoger. Nadie sabe dónde están las palas plegables. Les digo a los amigos que no se preocupen porque soy especialista en encontrar cosas que se pierden. Josemari me da las gracias y me dice que me corte el pelo porque me quedaba mejor cuando lo llevaba como él. Busco las palas dentro de cada árbol y en cada agujero que encuentro en la tierra. Entro en una casa de madera donde parece que haya pasado un tornado. Me asomo a la ventana del piso más alto y veo a mis amigos como hormigas recogiendo las tiendas de campaña. De repente la casa empieza a rodar. Estoy atrapada. Me pongo un colchón sobre la cabeza y grito por la ventana para que sepan que estoy allí.
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Alberto y Caína me acompañan al otorrino. Mientras no nos atiende, curioseamos la casa. Las paredes son verdes y no hay muebles ni cuadros, sólo una nevera vieja que hace mucho ruido. Al fondo del pasillo se ve un cuarto de baño bastante sucio. La enfermera dice que suba. La sala está cubierta de plástico y e propio otorrino lleva un traje hecho con plástico de burbujas. Las costuras de su atuendo están cosidas con esparadrapo. Cuando entro, le tiendo la mano, pero él ni me mira. Cuando entran detrás de mí, Alberto y Caína, el otorrino loas saluda con amabilidad y le dice a Caína si está mejor de su neumonía.
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Estoy limpiándole la cocina a mi suegra. Rebaño con una cucharilla cada hendidura. Saco puré de calabaza de todas partes. Limpio tan afondo que me llevo los dibujos de la cocina y los remates de plástico. Mi suegra me enseña unas telas que ha comprado. Una es de rayas blancas y rojas. Dice que es para hacer una sábana. Le digo que le han vendido una tela elástica de poliéster y que eso le dará muchísimo calor. Me dice que ya las coserá ella y que no sé nada de telas.
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He quedado con un grupo de poetas, todas mujeres, en un bar. No sé cómo debo vestirme. Llaman a la puerta, así que me coloco una gabardina blanca con dibujos infantiles que había sobre la cama. Cuando salgo a la calle, me doy cuenta de que no llevo nada debajo. En un bar están las poetas sentadas alrededor de una mesa con cuadernos de espiral, escribiendo como si hicieran los deberes. Una de ellas me pregunta y ya se publicó la entrevista a Muñoz Quintana. Le digo que sí, pero que todavía no la ha leído. Se va a enfadar, me dice. Siempre se enfada, le respondo. Una chica que escribe poemas a toda prisa con letra infantil, me dice que ya ha llegado la editora. La editora no es otra que Isabel Pantoja. Todas aplauden. Cuando llega a mi altura, me pasa la mano por el hombro y me dice, no voy a consentir errores.

u2 y la hija de voltaire

lunes, 11 febrero 08. Voy por la calle y veo que en una casa hay una fiesta. Entro. En realidad no es una fiesta, es que gente que iba por la calle, sin ponerse de acuerdo, han ido entrando en esa casa para ver un concierto de U2 en la tele. Me siento en un sofá verde muy viejo y veo cómo todos se emocionan con la voz de Bono. Una chica me señala y dice que soy familia del cantante. Como la música está muy alta nadie llega a oírla. Me marcho. La chica me sigue y me empuja al interior de un taxi. Le dice a la taxista que conduzca hacia el sur. Al decir sur, se hace inmediatamente de noche y se pone a llover. La taxista le pasa a la chica un bocadillo. La chica tira el relleno, un montón de lonchas de salami, a la bandeja trasera y se come el pan. Está dejando el asiento de atrás lleno de migas. Quiero salir de allí cuanto antes.
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Estoy en una cocina bastante rústica intentando hacer un flan mezclando en una molde sin base leche, azúcar y huevos. Un chico entra sonriente y me dice: Creo que has puesto demasiada leche. Cuando miro hacía la mesa, veo que la cocina está inundada de flan sin cuajar. El líquido me llega a la cintura. Intento llenar el molde una y otra vez, sin darme cuenta de que no tiene base. ¿Cómo vas a llamarlo?, me pregunta el chico. Flan la hija de Voltaire, le digo.

abuela porreta

domingo, 10 febrero 08. Mi abuela está en un hospital. He ido por la noche a rescatarla. He robado una silla de ruedas para sacarla de allí. Cuando entro en la habitación, se pone tan contenta que trata de salir sola de la cama, pero resbala como si fuera de goma y se queda bajo la mesa de noche como un muñeco desinflado. Me doy la vuelta para coger la silla de ruedas y al volverme de nuevo, la veo sentada en la cama vestida, peinada y con el bolsos en la mano. La ayudo a sentarse en la silla. Antes de salir me dice: En el cajón de la mesa de noche están las drogas y el papel de fumar, no los olvides.

delicias turcas

viernes, 8 febrero 08. En una habitación de hospital muy pequeña, hay unos padres con un bebé que acaba de nacer. Es una niña pelirroja preciosa con los ojos azules. No quieren inscribir a la niña. Trato de convencerlos. Les explico que si no la inscriben, si la niña se pone enferma no tendrán derecho a nada. Mientras hablo la niña va creciendo. Aviso a Alberto para que venga y hable con ellos. Cuando llega, la niña es más alta que él. Los padres acceden a inscribirla, pero sólo si Alberto se compromete a cuidar de la niña. Alberto se niega. Mientras hablan, la niña se ha ido. La veo alejarse desde la ventana.
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He quedado con unos amigos para comer. Hace mucho que no los veo. Alberto tiene prisa y sale de casa antes que yo, lo sigo por la calle aunque todavía estoy hablando por teléfono. Un teléfono fijo y verde, modelo años 60. Cuando me doy cuenta, veo que los cables arrastran por la acera. Tiro el teléfono y le doy una patada. Un chico que viene detrás lo coge con ilusión y me mira con desprecio. Pienso que piensa que no doy mérito a las cosas antiguas, pero no me para a darle explicaciones porque Alberto ya está arrancando el coche. Vete tú y ahora voy, le digo. Me siento en un escalón a esperar a Begoña. Llega con un chico y me pregunta si le he llevado el CD que iba a grabarle. Le digo que he salido con prisa y lo he olvidado. He visto unos merengues en el bar de al lado y si aciertas cuatro preguntas te los regalan, dice. Los merengues en realidad son delicias turcas con forma de gajos de naranja enormes. Pide un plato. Entre el chico y ella las devoran. La dueña del bar, su marido y sus hijas los miran comer asombrados. Pues hemos quedado para comer con unos amigos, les digo. Cuando terminan con el plato, piden otro. Mientras tanto, le pregunto a la dueña cuáles son las cuatro preguntas. La dueña se ríe y dice que no es más que un truco publicitarios que se inventó su yerno, que por cierto murió en Bosnia. Begoña levanta la mano y dice que ella también murió en Bosnia. Una de las preguntas era acertar el código de barras de una brocha de afeitar. Pues es un buen truco, le digo señalándole a los devoradores de merengues. Mientras los veo comer, pienso en que Alberto estará mosqueadísimo porque estamos tardando mucho. Salgo a la calle y me encuentro con Robert-Louis, que sale del cine con Ann y Paul. Paul está llorando. Lo consuelo con un merengue diminuto que saco del bolsillo. Entro al cine y en vez de película reparten cómics. El libro es bastante grueso y en tapas duras. Cuenta historias de chicas desnudas en la playa. El personaje masculino es un chico muy delgado con perilla. A veces la lleva teñida de azul. En el último capítulo sólo lleva bigote. Me fijo en que el autor, y protagonista, es Jota. Vuelvo a abrir el libro, pero ahora no son viñetas, sino películas lo que se ve dentro. En una de ellas, un niño pone un petardo en una fuente y mata a más de 300 palomas. En otra, titulada "Los fachas", un pandilla de jóvenes entra pidiendo mesa a gritos en un bar. En ese momento recuerdo que me están esperando para comer y salgo del cine a toda prisa. Entro en el bar de los merengues, pero ahora es una habitación de hostal. Han llegado Zayas y Daniel. Begoña pregunta que cuándo nos vamos y le explico que estamos esperando a Marcos. Mientras esperamos, hago delicias turcas con mermelada sobre un altavoz. Marcos llega, por fin, muy delgado y muy triste. Me extraña que vaya vestido de blanco. Sé que es la ropa que normalmente lleva su hermano Jurdi, pero no le digo nada porque sé que no le gusta que le hable de él. Me he peleado con mi padre, dice y entra al cuarto de baño. Miro la tele que hay colgada del techo y veo que el telediario va por los deportes. Pienso que Alberto estará negro, pero antes de irnos yo también quiero ir al servicio.

problemas caseros

jueves, 7 febrero 08. Papá me ayuda a hacer la cama. El edredón es muy pequeño. Gritamos a Susana y le regañamos por haberlo cambiado con el suyo. No quiero darle más problemas, así que no le digo que la bombilla del dormitorio se ha fundido y los canales de la tele se han cambiado de sitio. Ahora Papá es Andrés. Darío se despierta e intento levantarlo, pero pesa mucho y me duelen los brazos. Entramos en el cuarto de Alberto, Susana ha sacado un montón de papeles de los cajones y los ha esparcido por el suelo. Dice que va a regalarlo todo. Darío se suelta de los brazos de Andrés y se lanza en plancha sobre los papeles.

espetos y taxistas

miércoles, 6 febrero 08. Llego a clase para hacer un examen de matemáticas. Me siento entre Luján y Camilo. Los dos tienen un montón de apuntes delante. No sabía que dejaran examinarnos con apuntes, les digo. Luján arranca varios folios y me los da. No entiendo su letra. Camilo me da un beso, me sopla muy despacio en la oreja y me dice: Lo vas a hacer muy bien.
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Caína y Camilo están editando un vídeo que nos hicimos en la playa. Pienso que si Camilo me ve en bikini no volverá a hablarme.
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He quedado con Alberto en el kiosco Los paragüitas. Cuando llego, él ya está sentado tomando una cerveza. El camarero me dice que para entrar debo vestirme correctamente, y me tiende una bolsa. Dentro de la bolsa hay un disfraz de romano, que me pongo sin rechistar.
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Llego a casa. Antes de entrar miro el buzón. El buzón es una panera clavada a un palo en mitad de la calle. Pruebo varias llaves hasta dar con la suya. Cuando abro la panera, un montón de cartas caen al suelo. Algunas puedo recogerlas, otras se las lleva el viento.
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Estoy en mi cuarto doblando ropa y metiéndola en el armario. Llaman a la puerta. Es Antonio, dice que me trae algo que me va a encantar y se sienta delante del ordenador. Mientras, yo encuentro detrás de la puerta un montón de medias que debo emparejar. Cuando vuelvo a ver qué hace, veo que está instalando un programa para bajar películas. En la pantalla del ordenador se ve un laberinto fluorescente. Desenchufo y le digo que no me gusta instalar programas nuevos. Se ríe. Le doy un marcapáginas y le digo que se vaya. Al salir de casa, veo que entra mi madre. Mientras estabas con Antonio he salido a cenar a la playa, dice. Le pregunto qué ha cenado. Espetos y sangría. Me echo a llorar. Le digo que no es justo, que es justo lo que yo quería, que por qué no me ha llevado con ella. Señala la cocina como respuesta. De la cocina sale una humareda negra. Al parecer había dejado un huevo frito en la sartén para que yo cenara. Entro en mi cuarto y me tumbo en el suelo, donde hay dos colchonetas a modo de camas. Lloro desconsoladamente. Salvador me llama en ese momento por teléfono para consolarme. Dice que vendrá a verme en cuanto pueda y le dará un escarmiento a su primo Antonio.
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Caína y yo tenemos que ir a recoger unas invitaciones para un concierto a un restaurante. Es muy tarde. Caína intenta colarse en una parada de taxis. Toda la fila la abuchea. Corremos por la calle, buscando una parada de autobús. Mientras ella se entretiene acariciando a unos gatos, yo encuentro una parada con taxis libres. Cuando llego al primero, veo que el taxista está empujando a Caína dentro. El taxi es verde agua y parece de juguete. Le digo que salga porque no cabemos los tres y además, no creo que sea un taxista de verdad. El taxista se echa a llorar y me siento a consolarlo en el asiento del copiloto. Le pregunto si es un Lambordini. Me dice indignado que nunca se fabricaron lambordinis verde agua. Llegamos al restaurante y el primero en bajar es el taxista. Para cuando entramos nosotras, él ya está sentado con una cerveza delante. Dentro del restaurante hay cuatro puertas que corresponden a cuatro restaurantes diferentes. Caína no recuerda en cuál tenía que recoger las entradas. Le digo que llame a su amigo para preguntarle, pero dice que su amigo está en Londres y ella no habla inglés.

falsos cipreses y camiseta mojada

martes, 5 febrero 08. Un autobús me lleva al paseo marítimo, pero en vez de playa sólo hay montes de arena dorada que deslumbran al sol. De la arena salen unos árboles horizontales muy largos. Todos apuntan al mismo sitio. Le pregunto al conductor qué son. Cipreses triangulares. Busco mi cámara de fotos en los bolsillos laterales del pantalón, pero ni siquiera llevo pantalón. Desde la ventanilla veo a Alberto sentado en el muro del paseo. Tiene mi cámara en la mano. Le pido al conductor que pare. Cuando me acerco a la arena, veo que los árboles no son más que vigas de hormigón pintadas de verde.
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Subo con Alicia Giabert por calle Larios. Al llegar a Plaza de la Constitución, le digo que me ayude a ponerme algo de ropa. Alicia saca de su bolso una falda. Le pido que me cubra mientras me visto, porque siempre me ha dado más vergüenza vestirme en público que desnudarme.
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Entro en un cuarto de baño completamente inundado. Sobre la cisterna hay una ducha de la que sale agua y varios grifos rotos. Sin embargo, al querer lavarme las manos, no consigo que salga agua del lavabo. Aunque estoy sola, veo reflejadas en el espejo a mi hermana y a mi prima Cristina, jugando en la bañera. También me veo reflejada yo, con otra camiseta y otro cuerpo sin pechos, completamente mojada.

hojas negras, hojas azules y batalla campal

domingo, 3 febrero 08. Estoy en la puerta de la casa de mi abuela, despidiéndome de un chico. Despidiéndome para siempre. Le digo que aunque Alberto me haya dejado no quiero salir con nadie. Él está apoyado en su coche y el coche tiene todas las puertas abiertas. Me dice que dará una vuelta a la manzana por si cambio de opinión. Antes de entrar en la casa, me paro a mirar los árboles del jardín. Algunos tienen las hojas azules y otros negras. Las hojas verdes están en el suelo. Hago un montón con ellas y las echo al aire para que me caigan encima como si fueran confeti. Al entrar en la casa, mi hermana me enseña muy ilusionada un cuadrado de croché. Dice que se hará un bolso. Le explico cómo debe coser el forro y desaparece feliz por el pasillo. Una señora que dice ser mi abuela, pues mi abuela murió, me saluda con dos besos. Yo se los doy por educación, pero sé que mi abuela jamás me saludaría así. Mi abuela de verdad entra y me abraza, me cubre de besos, yo la cojo en volandas y la aprieto contra mí. Después se va andando hacia atrás, indicándome con el dedo índice sobres sus labios, que no diga nada. Mi hermana entra en la habitación con dos marionetas de croché, una en cada mano. Dice que mis tías y mis primas le han dicho que no hiciera un bolso. Me entran ganas de darle una bofetada, pero sólo le digo que siempre acaba haciendo lo que ellas quieren. Miro el reloj dentro den uno de mis bolsos, llevo dos, y me despido. He quedado con Héctor en una lectura de poemas que ha organizado en la iglesia de la Victoria. Al salir, veo que en el jardín alguien ha recogido las hojas que tiré y las ha colocado en dos montones. Parecen dos tumbas. Veo que una hoja tiembla, me la llevo a la oreja como si fuera un móvil. Es Alberto. Me pregunta cómo estoy. Pienso que si le digo que estoy muy triste querrá verme, pero como no quiero que vuelva conmigo por pena, le digo que estoy muy bien y que precisamente en ese momento salía a una lectura de poemas. Cuelgo la hoja en un árbol y salgo a la calle. Hace un sol espléndido y llueve a cántaros a la vez, pero la lluvia sólo me moja la cara y el suelo convirtiendo el asfalto en un charco inmenso. Saco de uno de los bolsos un trozo de manzana y me lo como porque pienso que eso me dará fuerzas. En el otro bolso veo que llevo unos cuantos tarros de crema hidratante sin cerrar. Todo el camino hasta la iglesia me lo paso poniéndole tapones a los frascos. La explanada de la Victoria está desierta. Me siento en un muro a esperar que alguien salga o entre. Mientras, me como otro trozo de manzana. Por fin alguien abre las puertas y entro a una sala muy oscura. Busco un asiento libro tanteando con las manos. Cuando abren las contras de las ventanas, veo que me he sentado entre Pepe Mantecón y Álvaro García. Los presento, se dan la mano. Mantecón tiene los pies sobre una silla. Dice que ha aprovechado para echar una siesta. Una chica muy guapa se sienta a los pies de Mantecón y me dice que tenemos que hacer algo con su jersey porque pincha. Me pregunta si llevo tijeras en mis bolsos. No. La chica resulta ser hermana de Álvaro, así que les digo que se han burlado de mí, cuando han disimulado que no se conocían, siendo cuñados. Mientras tanto, el poeta está todavía recogiendo sus cosas y ordenando la mesa. Tiene la cara de un joven Manuel Alcántara, pero cuando se levanta arrastra los pies al andar. La mujer del poeta, que se parece a Marina Castaño, reparte entre el público tarjetas de visita. Nos explica, con cierta vergüenza, que de la poesía no se vive y por eso han tenido que abrir una sastrería. El poeta sale de la iglesia a la playa. Arrastra los pies por la arena y se dirige a una barca varada. De detrás de la barca sale Andrés con su cámara de fotos y le pega al poeta en la cabeza. Después prende fuego a la barca. Veo toda la escena a través de la ventana como si fuera una película de Charlot. Busco en uno de mis bolsos mi cámara. Sólo encuentro la Lomo, pero está dentro de una caja de cartón que es imposible abrir. Por más capas de cartón que le quite, más aparecen debajo. Un hombre que se parece a Antonio Ozores, me cambia la Lomo por una caja de cartón de verdad. Hago fotos con mi caja de cartón, pero en vez de retratar la playa que se ha convertido en una batalla campal, fotografío rincones de la sala: un clip sobre la mesa, una pinza de la ropa sobre el alféizar, una sombra en el suelo.

mi familia y otros animales

viernes, 1 febrero 08. Subo calle Fernando el Católico con Óscar. Dice que Amador tiene ocho hermanos, y él otros ocho. Mi sorpresa es enorme.
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La casa de mi prima Elisa está llena de animales. Hay dos perros, varios gatos, un montón de hámsters y dos conejos grises. Hay que tener cuidado al andar para no pisarlos. En el suelo hay paja y cáscaras de frutos secos. Darío, que tiene dos años, se me agarra al cuello llorando. Dice que uno de los conejos ha escapado. No, está debajo de aquel mueble, le digo. Darío me da muchos besos. En la cocina, mi madre prepara el almuerzo. Cristina, mi otra prima, nos da instrucciones de cómo preparar la comida de Darío desde el techo, colgada como un murciélago. Si te rompes la cabeza no pienso barrerla, le digo. Mi hermana me pregunta si le traje cuello de mi último viaje. ¿Cuello? Se te olvida todo, me dice. Una chica da dos golpes en una de las paredes y se abre una trampilla. Por aquí se supe al piso secreto, dice. El otro piso está decorado con muebles lacados y cortinas transparentes en colores oscuros. Sobre una mesa hay todo un banquete. Todo lleva mayonesa, así que habrá que tirarlo, dice la chica.
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Alberto está en un descapotable muy viejo hablando por teléfono. El coche está dentro del jardín de una casa. Mientras me despido de mi madre, Alberto me hace una seña para recoja dos cartas que hay en el suelo, bajo el buzón, pero sólo son sobres vacíos. Desde la puerta del jardín oigo la voz de Juanjo a través del móvil: Una chica muy alta ha venido a verle.
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En el hall de un cine le cuento a una niña, que hay una sesión en la que sólo se puede entrar en pijama. La niña lleva una cámara digital impresionante.