viernes, 31 julio 2009. Llego a un hotel, me recibe una pareja, me cachean y me pasan un detector de metales manual que pita a la altura del pecho. Se ríen, me dejan entrar. En el hall hay un colchón blanco cuadrado. Me tumbo junto a un chico que quiere entrevistarme. Le digo con gestos que no tengo nada interesante que contar. Él pone un puñado de piedras sobre el colchón. Lo miro asombrada, señala hacía unas dunas que no había visto al entrar. Detrás la las dunas hay una playa seca, sólo la orilla, sin mar. Sin embargo las piedras están pulidas por años de erosión. Acaricio varias piedras como si fueran los lomos de algún animal. Cojo tres piedras rayadas y me las meto en el bolsillo. Una se la doy al chico del colchón, otra la guardo para el escritor Chivite, otra me la meto en la boca.
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Estoy durmiendo. Sobre el colchón, a mi lado, hay un montón de revistas que se me clavan en la espalda. Llevo un kimono rojo y unas geta a juego. Oigo el ruido de la llave en la cerradura. Veo una imagen reflejada en el suelo: los pies de mi suegra y los de un hombre que la empuja para entrar en casa.
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Mi hermana es una niña y no sabe salir de detrás de un seto. Meto la mano entre las ramas tupidas y tiro de ella. Llegamos a una casa de piedra, todas las ventanas están cerradas. La cojo de la mano y traspasamos los muros sin dificultad.
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Estoy durmiendo. Sobre el colchón, a mi lado, hay un montón de revistas que se me clavan en la espalda. Llevo un kimono rojo y unas geta a juego. Oigo el ruido de la llave en la cerradura. Veo una imagen reflejada en el suelo: los pies de mi suegra y los de un hombre que la empuja para entrar en casa.
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Mi hermana es una niña y no sabe salir de detrás de un seto. Meto la mano entre las ramas tupidas y tiro de ella. Llegamos a una casa de piedra, todas las ventanas están cerradas. La cojo de la mano y traspasamos los muros sin dificultad.