domingo, 26 julio 2009. Bajo a la playa, hace un día espléndido. En la arena se van acumulando piedras según me acerco a la orilla. También se hace de noche a cada paso, hasta el punto de no ver nada. Miro hacia el mar y se enciende una farola. Gracias, digo. Busco piedras. La más bonita es demasiado grande para llevármela, es blanca con dibujos azules diminutos de culantrillo. Otra es plana, con forma de lagarto. La más pequeña es amarilla. Es tan bonita que me la meto en la boca, inmediatamente se transforma en arena que escupo en el mar. Pregunto en voz alta refiriéndome al escritor Chivite: ¿Crees que si le dijera que quedáramos aquí para coger piedras, vendría? El mar no contesta.