citron

lunes, 20 julio 2009. Llego al restaurante Citron de la Plaza de la Merced. La barra me queda muy alta, me encaramo, le digo a un camarero bastante mayor que quiero reservar mesa para la hora de comer. ¿Para cuántos?, pregunta. Para uno. Suelta el bolígrafo y junta las manos como lo haría un cura que fuera a darme un consejo. Comer solo es muy triste, dice. Puedo comer en la barra, respondo. El hombre niega con la cabeza y se dispone a escribir en un cuaderno muy grueso. Nombre y profesión, dice. ¿Profesión?, ¿para qué? Me mira con gesto de impaciencia. Escribo poemas. Eso no es ninguna profesión. Cierra el cuaderno de un golpe y salgo a la calle. Un chico joven con delantal rojo me sigue. Yo te daré de comer si me enseñas a leer, dice. ¿No sabes leer? Sé leer, pero no sé leer durante mucho tiempo ningún libro porque me aburren todos.