jueves, 25 febrero 2010. Alberto y yo hacemos un agujero en el suelo. Primero con las manos, después con palas y hasta con taladradoras. La tierra es muy negra y húmeda. El agujero es enorme y cuadrado del tamaño de una piscina. Empujamos algunos muebles, una cama vestida, sillas. Me apena que las sábanas estén llenándose de tierra. El agujero ha tomado unas dimensiones exageradas, parece una piscina olímpica. Alberto empuja la cama para que una de las paredes del agujero retroceda. ¿No crees que ya es bastante grande?, le digo, pero él sigue empujando. ¿No crees que antes de seguir deberíamos sacar todo ese montón de piedras?, le digo.
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Intento comprar queso, pero en las estanterías del supermercado sólo hay bolígrafos Bic naranja y gomas Milán. Le pregunto a un chico qué ha pasado con los quesos. ¿Pero no se ha fijado?, ¡quién quiere quesos cuando las gomas pueden borrar el lápiz y el bolígrafo!, dice entusiasmado.