sábado, 20 febrero 2010. Estoy esperando a Matías Prats a la puerta de su despacho. Dice si estoy segura de querer entrar, que igual me decepciona porque no tiene casi muebles. Efectivamente, sólo hay un tatami y un futón. Le digo que adoro la decoración oriental y me siento sobre los talones como si fuera a servirle un té. Siento cómo el tatami se me clava en las piernas, me gusta. Me enseña un agujero en la pared. Dice que teme que entren ladrones, que a veces le entran ganas de meterse por ese agujero para ver dónde lleva. Me fijo que en la pared hay dos láminas enmarcadas de dos hombres desnudos. Uno de ellos es Dostoievski, el otro parece una estatua griega con el pene muy pequeño. Le pregunto si es homosexual. De repente, la actriz Natalia Dicenta entra vestida de colegiala, se tumba en el futón y no para de hablar. Al cabo de un rato se marcha sin despedirse. Matías Prats dice que quiere bajar a ver una película. Le señalo una enorme tele de plasma que cuelga de la pared, donde están dando una versión muda de "Humillados y ofendidos". Dice que prefiere verla en el bar, mientras cena. Pienso que es una excusa para que me marche. Al despedirme me acerco para besarlo, pero en ese momento coge una jarra enorme de zumo de naranja y se la lleva a la boca. Tengo claro que quiere librarse de mí. Siento una tristeza enorme.