miércoles, 24 febrero 2010. Estoy en una playa llena de piedras, pero ninguna me gusta lo suficiente como para llevármela. Las chupo, las veo brillar y las dejo en su sitio. Quiero volver a casa, pero hay un niño solo jugando en la orilla y temo que le pase algo si me voy. Después de un buen rato aparece su madre. Empieza a hablarme de una dieta que sigue. La dieta consiste en hacer cada día varios bocadillos y comer sólo uno. Los demás debe guardarlos en el congelar. Se los daré a la mujer de mi hijo cuando se case. Miro al niño, apenas tiene cuatro años. Ella intenta que no me vaya, sacando conversación. Dice que siempre le gustó la gente que va a la playa con flores bordadas en la ropa. Me fijo en que llevo puesta una falda de peto en pana morada, con unas flores bordadas, que estrené el día que cumplía ocho años. No comprendo que pueda quedarme bien. Me fijo también en que voy en zapatillas de paño. La chica dice que vaya con ella a una manifestación. Pero si es de noche, le respondo. Es una manifestación nocturna, dice.