lunes, 30 agosto, 2010. Gallero me cuenta que tiene dos abubillas en el tejado de su casa, que cada mañana antes de ir a trabajar se despide de ellas dándoles dos besos, y procura que sean muy cerca de la comisura del pico, para que ellas sepan que las ama.
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Un poeta mayor que, se supone, acaba de inaugurar un congreso, me dice que debería pensar en cobrar por escribir y leer poemas como él hace. Saca un papel y apunta cuánto podría ganar al mes. Con todo ese dinero podrías pasarte la vida viajando, podrías venir a visitarme a Noruega, dice. Lo oigo hablar, pero atiendo a sus palabras. A pesar de su edad y de hablarme de cosas que no me interesan, me resulta tremendamente atractivo.
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Una chica, tumbada en la cama donde yo dormía de niña en la casa de mi abuela, me pregunta si sigo escribiendo y si por fin he decidido cobrar por los artículos sobre santos que escribo. Ignorando sus palabras, le pregunto si la Gh de Ghirlandaio se pronuncia Gui o Yi.
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Un poeta mayor que, se supone, acaba de inaugurar un congreso, me dice que debería pensar en cobrar por escribir y leer poemas como él hace. Saca un papel y apunta cuánto podría ganar al mes. Con todo ese dinero podrías pasarte la vida viajando, podrías venir a visitarme a Noruega, dice. Lo oigo hablar, pero atiendo a sus palabras. A pesar de su edad y de hablarme de cosas que no me interesan, me resulta tremendamente atractivo.
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Una chica, tumbada en la cama donde yo dormía de niña en la casa de mi abuela, me pregunta si sigo escribiendo y si por fin he decidido cobrar por los artículos sobre santos que escribo. Ignorando sus palabras, le pregunto si la Gh de Ghirlandaio se pronuncia Gui o Yi.