martes, 10 agosto 2010. Camino con un niño por una calle muy estrecha y empedrada. Comienza a llover. El agua hace que las piedras se suelten del suelo. Brillan, son preciosas. Le digo al niño que recuerde dónde están las más bonitas para cogerlas a la vuelta. Un tipo nos ofrece una caja redonda llena de piedras. Están tan pulidas que parecen cristales. Sé que quieres una amarilla, dice y rebusca. La verdad es que no me interesa ninguna porque me parecen piedras compradas, pero no sé cómo decírselo para no ofenderlo. Par distraer su atención, saco de detrás de un mueble una caja de zapatos llena de sandwiches, y los coloco en el suelo, en el centro de la habitación.
+
Virginia me agarra muy fuerte del brazo y me ayuda a bajar una escalera con los escalones, enormes, forrados de madera. La casa parece un palacio. Llevo unos tacones altísimos que me impiden andar bien. Mientras bajamos me va contando algo sobre una pelea entre los hijos del Duque de Feria. Sospecho que estamos saliendo de su casa. A la puerta hay un vertedero enorme. Nos sentamos a mirar el paisaje. Es desolador. Temo pincharme con alguna jeringuilla. No te preocupes, yo voy a cuidar de ti, dice Virginia como si pudiera leer mis pensamientos.
+
Virginia me agarra muy fuerte del brazo y me ayuda a bajar una escalera con los escalones, enormes, forrados de madera. La casa parece un palacio. Llevo unos tacones altísimos que me impiden andar bien. Mientras bajamos me va contando algo sobre una pelea entre los hijos del Duque de Feria. Sospecho que estamos saliendo de su casa. A la puerta hay un vertedero enorme. Nos sentamos a mirar el paisaje. Es desolador. Temo pincharme con alguna jeringuilla. No te preocupes, yo voy a cuidar de ti, dice Virginia como si pudiera leer mis pensamientos.