domingo, 1 agosto 2010. Mi ropa y algunas de mis cosas están tiradas en la acera. Las meto como puedo en una maleta y subo una cuesta. Hay que darse prisa, tengo que tomar un avión. Al llegar a la sala del aeropuerto, Alberto dice que suba a la cinta transportadora. Pienso que no es la nuestra por como los demás van vestidos, pero no digo nada. La mayoría lleva ropa militar. La cinta pasa cerca de campamentos en una especie de playa. A pesar de la luz y las palmeras, las túnicas de color amarillo y los collares que llevan los que se acercan a mirarnos, el paisaje resulta tristísimo. Algunos toman fotos. Llegamos a una mina. Ahora las cintas transportan un mineral negro muy brillante. Un operario me dice que saque de la maleta el material y lo lleve urgentemente al barco. No entiendo nada, pero subo a la cinta que me señala. Una vez arriba, me arrastro por cubierta, están disparando desde la costa. Un grupo, que supongo soldados de paisano, me esperan cerca de la cabina del barco tumbados en el suelo. Dicen que no me preocupe, que están allí para protegerme con sus vidas. Conseguimos entrar todos. Miran la bolsa como si contuviera algo muy importante. Todos estamos sanos y salvos, pero chorreando. Saco de la bolsa ropa seca y la reparto.