fuego

jueves, 4 noviembre 2010. Estoy en una habitación llena de muebles que no están en su sitio. Del piso de arriba baja un chico en ropa de deporte, se presenta, dice que mi vecino. No entiendo cómo su casa da directamente a la mía. Subo a ver la suya. En vez de cama he puesto una bañera redonda, dice orgulloso. Al lado de la bañera hay una estantería llena de medicamentos. No te preocupes, son proteínas, tú también deberías tomarlas, dice y me pone unas tabletas en la mano. Debes buscar otro modo de salir a la calle sin pasar por mi casa, le digo. No responde y se mete vestido en la bañera. Estoy en mi cocina, pienso que he sido muy antipática con él, y al abrir el grifo salta una chispa. Al momento la cocina entera está ardiendo. Subo a avisar al vecino. Cuando bajamos la casa se ha llenado de gente, incluso niños. Charlan unos con otros como si nada. Mientras las llamas ya salen de la cocina. Mi vecino me da una toalla enorme mojada, dice que me la ponga y salgamos de allí. Pienso que debería salvar algunas de mis cosas, pero miro a mi alrededor y no reconozco nada mío. Unos hombres uniformados de amarillo entran y apagan el fuego en dos segundos. Menos mal que alguien llamó a los bomberos, digo. No son bomberos, son taxistas, dice mi vecino.