rocieros

miércoles, 3 noviembre 2010. Alberto y yo subimos por una carretera recién asfaltada. Es de noche, llevo tacones y me cuesta mucho andar. Al llegar a un desvío de tierra, un tipo nos ofrece un hojaldre. Alberto empieza a comérselo mientras camina y el tipo le dice que se lo guarde para después. Pienso que nos lleva a una fiesta rociera. Llegamos a una casa en mitad del campo. Efectivamente son todos rocieros. Nos recibe Stella, una compañera de colegio a quien no he vuelto a ver. Se interesa por mi vida, me hace muchas preguntas, quiere que la acompañe para hacerme unas fotos. Me lleva a una cala con piedras. Casi todas son de rayas blancas y negras. Son iguales a la que me regaló Juan, pienso. Entre ellas distingo un cristal azul con vetas turquesas, lo escondo en el puño, pienso que se parece a otro con el que soñé una vez y que podría gustarle a Chivite. Entre las piedras hay figuras esculpidas. Aquello empieza a resultarme sospechoso. La playa comienza a ponerse en vertical, las piedras caen al agua, trepo como puedo, tratando de no perder el cristal azul.