lunes, 31 enero 2011. Voy en un barco. Alguien me ha dado un papel plastificado para que lo enseñe cuando me pidan el billete. Un tipo se me acerca, le entrego el papel. Esto no es más que un poema plastificado, dice y sin tiempo para explicaciones me empuja y me tira por la borda.
equilibrios y túnel
domingo, 30 enero 2011. Bajo una escalera montada en una bicicleta. Sólo me apoyo en la rueda trasera, manteniendo el equilibrio mientras hablo con Joaquín Reyes, que camina a mi lado. Él alaba mi maestría. Yo no sé cómo estoy siendo capaz de hacerlo, pero sé que sólo lo hago para impresionarlo.
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Hay un monte cubierto de cuadros psicodélicos pintados con pigmentos mezclados con tierra y aceite de linaza. Forman grumos. Están colocados en plan mosaico cubriendo todo el monte. El resto del paisaje está salpicado de personas disfrazadas de modo que se mimetizan entre los árboles. Entro en un túnel. Al parecer, un padre ha dejado ese monte a sus hijos y no se ponen de acuerdo a la hora del reparto. Se supone que yo he ido a investigar el caso y poner algo de orden. El túnel tiene las paredes y el suelo blanco. Hay algunos agujeros laterales que hacen de puerta hacia habitaciones y pequeños túneles. En cada habitación hay un objeto, sólo uno por habitación y a cuál más raro, aunque no consiguen asustarme ni asombrarme. En uno de ellos hay una pierna de mujer ensangrentada. Esto no tiene sentido, así nunca os pondréis de acuerdo, digo en alto. Y al decirlo noto que alguien corre por el túnel hacia la salida y lo cierra. Me quedo dentro a oscuras.
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Hay un monte cubierto de cuadros psicodélicos pintados con pigmentos mezclados con tierra y aceite de linaza. Forman grumos. Están colocados en plan mosaico cubriendo todo el monte. El resto del paisaje está salpicado de personas disfrazadas de modo que se mimetizan entre los árboles. Entro en un túnel. Al parecer, un padre ha dejado ese monte a sus hijos y no se ponen de acuerdo a la hora del reparto. Se supone que yo he ido a investigar el caso y poner algo de orden. El túnel tiene las paredes y el suelo blanco. Hay algunos agujeros laterales que hacen de puerta hacia habitaciones y pequeños túneles. En cada habitación hay un objeto, sólo uno por habitación y a cuál más raro, aunque no consiguen asustarme ni asombrarme. En uno de ellos hay una pierna de mujer ensangrentada. Esto no tiene sentido, así nunca os pondréis de acuerdo, digo en alto. Y al decirlo noto que alguien corre por el túnel hacia la salida y lo cierra. Me quedo dentro a oscuras.
uniformes y elefantes
viernes, 28 enero 2011. Alberto y yo estamos en una barra al aire libre. Cuatro niñas de uniforme se acercan y tiran de él. Las espanto como si fuesen palomas, dando zapatazos al suelo. Le digo a Alberto que tenga cuidado, que no se meta en problemas. Cuando cumplan dieciocho te vas con ellas si quieres, le digo. Jaime, al que hace años que no veo, me dice: Pues yo me iría con ellas ahora mismo.
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Un chico dice que le han robado el carro de la compra. Al decirlo me viene una imagen de alguien metiendo botellas de agua en un carro de supermercado. En ese momento aparece una fila de elefantes que llevan carros de supermercado sobre el lomo. Al momento, el chico sale detrás de unos setos del parque, vestido con ropa limpia, unas botellas de agua y un niño pequeño de la mano. Es muy raro porque antes no tenía barba y ahora luce una bastante poblada. Me acerco y lo abrazo. Hay que confiar en los elefantes, le digo. No será lo mismo que vivir en casa de tus padre, dice. La casa de mis padres es una casa de locos, respondo. Al final del parque hay una especie de casa japonesa, con el suelo de esterilla y las paredes de papel. El niño corre la puerta, se descalza y entra. No miréis, dice. Miro y veo a mi suegra en una mecedora. ¡Estás viva! , le digo me acerco a abrazarla. No te hagas ilusiones, me dice, sólo he venido a decirle a Marisa que este chaquetón es para ella.
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Un chico dice que le han robado el carro de la compra. Al decirlo me viene una imagen de alguien metiendo botellas de agua en un carro de supermercado. En ese momento aparece una fila de elefantes que llevan carros de supermercado sobre el lomo. Al momento, el chico sale detrás de unos setos del parque, vestido con ropa limpia, unas botellas de agua y un niño pequeño de la mano. Es muy raro porque antes no tenía barba y ahora luce una bastante poblada. Me acerco y lo abrazo. Hay que confiar en los elefantes, le digo. No será lo mismo que vivir en casa de tus padre, dice. La casa de mis padres es una casa de locos, respondo. Al final del parque hay una especie de casa japonesa, con el suelo de esterilla y las paredes de papel. El niño corre la puerta, se descalza y entra. No miréis, dice. Miro y veo a mi suegra en una mecedora. ¡Estás viva! , le digo me acerco a abrazarla. No te hagas ilusiones, me dice, sólo he venido a decirle a Marisa que este chaquetón es para ella.
fuego
jueves, 27 enero 2011. Una casa de dos plantas con un balcón que da al mar y un grupo de personas que no conozco. Entre ellos sólo creo reconocer a Omar. Quiere que hablemos de algo, se sienta retirado de los demás con dos cervezas abiertas. Sé que me está esperando, pero unos y otros me distraen cuando camino hacia él. En la calle hay una fiesta donde de vez en cuando todos se quedan parados como si fueran estatuas. Sólo yo puedo moverme, y es en esos instantes cuando avanzo hacia Omar. Cuando estoy muy cerca, apunto de poder sentarme con él, me veo reflejada en el cristal de una ventana: llevo el pelo muy largo y rizado, estilo afro. Me da tanta vergüenza, que retrocedo sobre mis pasos y vuelvo a la casa. Alguien me dice que el examen es hoy. ¿El examen de qué?, pregunto, pero me empujan hacia arriba por la escalera. Intento encontrar el portátil, mi bolso y todas mis cosas en una habitación muy desordenada. Hay restos de comida y botellas vacías por todas partes. Sobre la mesa hay varias colillas encendidas, colocadas de pie. Pienso que si se caen provocarán un incendio. Dos caen al suelo y, antes de que pueda apagarlas caen al piso de abajo por una ranura. Me asomo al balcón y veo que han caído sobre una pila de revistas. Prenden inmediatamente, las llamas entran por el balcón. Grito fuego varias veces, para que salgan de la casa, pero nadie me hace caso. (Me despierto gritando ¡Fuego!)
los frutos
martes, 25 enero 2011. Alberto y yo entramos en una tienda para comprar una maleta. Junto a la maleta que queremos hay un sofá pequeño donde me siento a esperar. Me fijo en la tienda, es un restaurante. Unas niñas se sientan a mi lado, las cuento, son seis. La mayor me pregunta dónde vivo y si desde mi casa de ven voladizos. Le digo que sí, aunque no sepa de qué me habla. Desde la nuestra también, dice. Me fijo en que su padre está sentado con nosotras en el sofá. Cada vez estamos más apretados. Un camarero se acerca, sostiene una aceituna ante mis ojos como si fuera a darme la comunión, y espera a que yo abra la boca. ¿A qué está muy buena?, dicen las niñas. Somos los Frutos, dice entusiasmada una de las más pequeñas. ¿Los frutos de quién?, pregunto mirando al padre. Frutos de apellido, dice otra.
cura feo y lluvia de pañales
lunes, 24 enero 2011. Estoy en la ducha. Me froto los hombros con una esponja que rasca demasiado. Las cortinas se abren, en ese momento me fijo en ellas, son de cuadros y es la primera vez que las veo. Un cura muy feo me dice que soy una desvergonzada, que viene de visitar a no sé quién y que se duchaba vestida. Intenta envolverme con la cortina. Lo amenazo con la esponja, le digo que puedo borrarle la cara con ella si no me deja en paz.
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Estoy cerca de la orilla intentando elegir una piedra. Una de mis tías se acerca, dice que se ha enterado de que me voy a Berlín y que, a la vuelta, irá a recogerme al aeropuerto. Ante mi negativa, insiste varias veces, cada vez más violenta. Agarro la piedra más grande, la levanto sobre su cabeza y la amenazo.
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Mi madre se cuela al otro lado de la barra de un bar. Las camareras la tratan como si la conocieran de toda la vida. Mi madre saca un cigarrillo de una funda azul de plástico. No sabía que fumara. Le pregunto si tiene muchas fundas como ésa, para enterarme de si fuma mucho. No responde.
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Salgo con mi madre y una de mis tías de un cine. Ya en la calle, mi tía señala a un hombre muy gordo que va con su mujer. Mi tía le dice a su mujer que ese hombre ya está casado. Mi madre le pide disculpas. Está un poco loca, dice. El hombre se aleja muy serio, de vez en cuando vuelve la cabeza. Sospecho por su cara que puede ser verdad. Ya en la calle me tropiezo con su mujer, una chica rubia preciosa. Tu tía tenía razón, ha confesado, dice. La chica llora, dice que lo dejó todo por irse con él, que ahora viven en Francia y tienen una hija. Después cambia el gesto, se ríe muy fuerte y me habla de sus amigos de Facebook. Yo sigo asintiendo mientras me habla, pero no entiendo nada.
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Voy del brazo de un tipo, le pregunto si me acompaña a casa de mi abuela. Está en obras y quiero ver lo que han hecho. Desde la acera vemos que en el jardín han construido una fuente de piedra con forma de cama, también un hórreo de madera pintado de verde y amarillo. Todo me parece horrible. Las ventanas están abiertas, podemos ver el interior. Han decorado la casa como si fuese una tetería árabe. Oigo la voz de mi abuela ofreciendo a los albañiles algo de comer. Huyo.
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Anne Igartiburu sobrevuela las calles a toda velocidad, lleva un vestido largo de flores y un cesto entre las manos. Se estrella contra un edificio, pienso que su cuerpo caerá sobre la gente que bebe en la terraza de un bar, pero lo que les cae es una lluvia de pañales. Todos los recogen del suelo y se los ponen.
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Estoy cerca de la orilla intentando elegir una piedra. Una de mis tías se acerca, dice que se ha enterado de que me voy a Berlín y que, a la vuelta, irá a recogerme al aeropuerto. Ante mi negativa, insiste varias veces, cada vez más violenta. Agarro la piedra más grande, la levanto sobre su cabeza y la amenazo.
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Mi madre se cuela al otro lado de la barra de un bar. Las camareras la tratan como si la conocieran de toda la vida. Mi madre saca un cigarrillo de una funda azul de plástico. No sabía que fumara. Le pregunto si tiene muchas fundas como ésa, para enterarme de si fuma mucho. No responde.
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Salgo con mi madre y una de mis tías de un cine. Ya en la calle, mi tía señala a un hombre muy gordo que va con su mujer. Mi tía le dice a su mujer que ese hombre ya está casado. Mi madre le pide disculpas. Está un poco loca, dice. El hombre se aleja muy serio, de vez en cuando vuelve la cabeza. Sospecho por su cara que puede ser verdad. Ya en la calle me tropiezo con su mujer, una chica rubia preciosa. Tu tía tenía razón, ha confesado, dice. La chica llora, dice que lo dejó todo por irse con él, que ahora viven en Francia y tienen una hija. Después cambia el gesto, se ríe muy fuerte y me habla de sus amigos de Facebook. Yo sigo asintiendo mientras me habla, pero no entiendo nada.
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Voy del brazo de un tipo, le pregunto si me acompaña a casa de mi abuela. Está en obras y quiero ver lo que han hecho. Desde la acera vemos que en el jardín han construido una fuente de piedra con forma de cama, también un hórreo de madera pintado de verde y amarillo. Todo me parece horrible. Las ventanas están abiertas, podemos ver el interior. Han decorado la casa como si fuese una tetería árabe. Oigo la voz de mi abuela ofreciendo a los albañiles algo de comer. Huyo.
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Anne Igartiburu sobrevuela las calles a toda velocidad, lleva un vestido largo de flores y un cesto entre las manos. Se estrella contra un edificio, pienso que su cuerpo caerá sobre la gente que bebe en la terraza de un bar, pero lo que les cae es una lluvia de pañales. Todos los recogen del suelo y se los ponen.
extractor triste
domingo, 23 enero 2011. Miro el trozo de pared que hay entre el extractor y la encimera. Tiene gotas de vapor condensado. Me da una pena enorme verte llorar, le digo.
pegatinas
sábado, 22 enero 2011. Alberto quiere que me pruebe unas blusas. Todas son estampadas y no me gusta la ropa estampada, pero no digo anda y entro a los probadores. Los probadores son el hall de un hotel, sin intimidad alguna. Mientras me las pruebo, un dependiente dice que irá a revelar mis fotos. No sé de qué me habla. Cuando salgo, me entrega unas pegatinas diminutas. Protesto.
antena y chinchetas
viernes, 21 enero 2011. El avión aterriza en la azotea de un hospital. En unos vestuarios nos hacen cambiarnos de ropa y dejar las maletas. Yo llevo la mochila verde que me compré para una excursión a Córdoba cuando era niña. Al salir a los pasillos del hospital, que parece un laberinto de escaleras, pierdo de vista a Alberto, Andrés y Elisa. Como Antonio es muy alto lo sigo con la mirada para saber dónde tengo que ir. Los pasillos son un caos de personas con vendas y la piel completamente quemada. A algunos les faltan brazos o piernas. Antonio entra con Virginia a una sala de niños, dibujan con ceras sobre la mesa. Virginia le corta las mangas de la camisa a Antonio. Es de cuadros y le da un aspecto de leñador gay muy raro. Yo también dibujo, paso un lápiz de cera alrededor de la mano de Antonio para dejar su contorno en la mesa. Después me acaricia el pelo y me corta un mechón que cae sobre la mesa. Me ha cortado el único mechon rubio que tenía, pienso con una tristeza enorme, pero no digo nada. Intenta consolarme, salgo al pasillo lleno de gente. Unas mujeres con el cuerpo completamente quemado quieren que baile con ellas, me acosan. Antonio me saca de allí como puede y de repente estamos en lo alto de un edificio, sentados sobre lo que parece una antena. Se ve toda la ciudad. Da una serenidad enorme. Me habla de su madre, de su hermana, de cómo le gusta que lo cuiden, de lo que van a pensar cuando vean la camisa sin mangas. Yo te la arreglo, sé coser, le digo. Un hombre vestido de blanco aparece con unas tenazas enormes. Corta un par de cables y nos dice que tenemos que irnos, que nos están buscando porque el avión va a despegar. Otra vez al caos de pasillos. Otra vez de vuelta al vestuario. Todas las maletas están en el suelo. Las mías no están. Nadie sabe nada. Alberto y Andrés dicen que lo han pasado muy bien, que ganaron un concurso de pircing. Cada uno lleva varios aros en las orejas y en la barbilla. Elisa se ha tatuado toda la espalda con motivos tribales. Virginia se ha cortado el pelo a trasquilones. No entiendo nada, otra vez esa tristeza enorme.
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Andrés ha ido a visitar una casa donde vivía su padre. En el sueño se supone que su padre se fue de casa cuando él era niño. Intentamos encontrar algún rastro de que su padre le recordaba a pesar de todo. En una de las habitaciones hay un paisaje dibujado por un niño. Los dibujaste tú, lo puso en la pared con chinchetas, le digo a Andrés. Encontramos envoltorios de chicle y soldaditos de sobre sorpresa. Nos guardamos entre los dos todo lo que podemos. Noto que Andrés está cada vez más delgado, temo que llegue a desaparecer, tiembla. Lo abrazo y lo saco de allí.
marlene en colores
jueves, 20 enero 2011. Begoña y yo estamos en la terraza de la casa de mis padres. Le señalo a los niños del primero, disfrazados del planeta de los simios. De las terrazas del último piso cuelga ropa. Me extraña porque nadie nunca ha tendido la ropa en las terrazas. Casi todo son camisones con encajes tipo casa de la pradera, y ropa blanca en general. Begoña me pregunta si son los millonarios. Sí, esos son. Begoña observa las prendas. Nadie entiende que sigan viviendo aquí, después de que les tocara el Euromillón. También le hablo de la calle que lleva al Conservatorio. Antes era un barrizal sin luz, en la calle te cruzabas con gallinas y hasta algún cerdo, y desde lo alto de la cuesta me saludaba Alberto cuando me acompañaba a casa, le digo. Entramos, en la tele "El ángel azul". Qué raro, le digo, recordaba esta película en blanco y negro.
ese desconocido
miércoles, 19 enero 2011. Un tipo (al que no conozco y ya he soñado con él varias veces) me habla mientras yo intento que no se me note que lo que en realidad me interesa es encontrar una piedra bonita. Me habla, y sin dejar de mirarlo a los ojos y asentir, me saco un zapato ayudándome con el otro y rebusco con el pie una buena piedra. Una chica quiere captar su atención. Se desnuda, se tumba sobre una toalla y se retuerce. El tipo se ríe y, sin hacerle caso, sigue hablándome. Le doy una palmada en el hombro a modo de despedida y le deseo suerte. Me alejo por la playa. La playa comienza a convertirse en un descampado. Unos niños vienen de vuelta y aprovecho para caminar con ellos. Uno me dice que la marca de mis zapatillas se ha borrado. Es que no son de marca, le digo. Al llegar al lugar donde antes estaba hablando con el tipo, los veo, a la chica y a él, arreglados para una fiesta. Él se para, dice que tenemos que hablar. La chica tira de él. El tipo dice que sea va esa misma noche, yo me encojo de hombros mientras la chica sigue tirando de él, cada vez más violentamente. Él se deshace de la chica, se acerca a mí, no dice nada. Ya te escribiré, le digo. Después miro al suelo para no pisar nada extraño, todavía voy descalza de un pie, y veo trozos de queso fundido.
comediscos
martes, 18 enero 2011. Mi madre dice que ordene mi cuarto. Me da unos jerséis de lana gruesa. Son prendas muy antiguas que fueron mías. Me pregunto de dónde los habrá sacado. Cuando voy a guardarlos, mi madre está dentro del armario. Así me gusta, ahora vístete, dice. Le pregunto dónde vamos para saber qué ropa ponerme. Vístete como si fuéramos al campo, dice. Mi padre me pregunta por mi reloj. Le digo que ya sabe que yo nunca uso reloj. Se ríe. Sobre la cama hay un reloj que tampoco veía desde hacía años. Les pregunto si se acuerdan de un juguete que me gustaba mucho. Una especie de comediscos con forma de radio, del tamaño de un libro, con una funda verde. Está en la estantería, dice mi madre. En la estantería sólo hay libros. Vuelvo a explicarles que se le metían discos de plástico del tamaño de un posavasos. Lo que estás buscando es el Miranda Podadera de Ortografía y lo tienes delante de los ojos, dice padre.
transportando cosas inútiles
lunes, 17 enero 2011. Llevo un bolso enorme lleno de cosas. Al entrar un supermercado pienso que, cuando salga, el detector pitará. Para mi sorpresa, pita cuando entro. Jota me hace abrir el bolso. Hasta yo me sorprendo de todo lo que llevo. Cosas básicamente inútiles: cajas vacías de cedés, bolas de papel de periódico, tornillos, bisagras, sacapuntas, madejas de pelo rubio de muñecas. No entiendo qué habrá disparado la alarma, dice. Revuelvo y saco una caja de madera forrada de estaño repujado que hice de niña, en el colegio. Seguro que ha sido el estaño, le digo. Jota se pasa un trapo por la frente y suspira aliviado.
en fiestas
domingo, 16 enero 2011. David González y yo vamos en coche por Ronda. Conduce él. Pensaba que no sabías conducir, le digo. No sé, dice y suelta el volante. Tengo que manejarlo yo desde el asiento del copiloto. El volante se hace cada vez más delgado entre mis manos. Aparco. Una familia nos cuenta que les han robado. En fiestas es normal, dice David. Miro a mi alrededor y, efectivamente, Ronda está en fiestas. Les digo que deberían denunciar. David se ríe. En Ronda no hay semáforos ni policía, dice.
gorro
sábado, 15 enero 2011. Intento entrar en un centro comercial, pero doy dos vueltas antes de conseguirlo. Están de rebajas, en los pasillos hay ropa tirada por el suelo, la gente pelea por las prendas. Al pasar entre unos percheros veo un gorro estampado de tela que sólo cuesta un euro. Pienso que otro día volveré a comprarlo. Cuando salgo a la calle está lloviendo. Pienso que tenía que haber comprado el gorro para no mojarme. Al pensarlo, un gorro de cuero negro muy gastado aparece en mi cabeza. El viento lo lanza a un charco, los coches pasan por encima. Un taxista se para justo delante para que yo pueda recuperarlo. Le doy las gracias. El taxista es una mujer. Baja la ventanilla, me quita el gorro y arranca. Un viejo que ve la escena desde la ventanilla de su autobús, me señala y se ríe.
red y muro de ladrillos
jueves, 13 enero 2011. Parece una fiesta de fin de curso en un patio enorme. Alguien me da una especie de red, me dice que la mueva. La muevo sobre mi cabeza como si fuera masa de pizza. Para ser la primera vez lo hago bastante bien. La red se va desplegando hasta ocupar todo el patio. Brilla con luces pequeñas, parecidas a las de navidad. Todos bailan debajo encantados.
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Manuel me enseña su nueva casa, una habitación diáfana con una hilera de ventanas que da a un muro de ladrillo. Las ventanas además tienen rejas. No comprendo cómo quiere vivir ahí, pero no digo nada. Se le ve entusiasmado. Me abraza.
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Salimos de lo que parece un colegio. Voy con un grupo que no conozco. Uno de ellos pregunta por su mujer. Está en el servicio, no te preocupes, ahora mismo sale, le digo. La mujer tarda, el hombre empieza a ponerse nervioso. Intento distraerlo, calmarlo, porque sé que su mujer no está en el servicio, está besándose con Juan.
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Manuel me enseña su nueva casa, una habitación diáfana con una hilera de ventanas que da a un muro de ladrillo. Las ventanas además tienen rejas. No comprendo cómo quiere vivir ahí, pero no digo nada. Se le ve entusiasmado. Me abraza.
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Salimos de lo que parece un colegio. Voy con un grupo que no conozco. Uno de ellos pregunta por su mujer. Está en el servicio, no te preocupes, ahora mismo sale, le digo. La mujer tarda, el hombre empieza a ponerse nervioso. Intento distraerlo, calmarlo, porque sé que su mujer no está en el servicio, está besándose con Juan.
pelo reciclable
miércoles, 12 enero 2011. Sobre la cama hay dos bebés y dos muñecos idénticos entre sí. Mi cuñada me dice desde la cocina que les corte el pelo. No se si se refiere a unos u otros. Empiezo por los que me parecen muñecos para ensayar, pero resultan ser los bebés. Los he dejado con trasquilones. Tiro el pelo a la basura. No nos ha mojado el pelo y no ha tirado el pelo al cubo del reciclaje, le dicen los bebés a mi cuñada cuando entra en el dormitorio.
florencia-tudela
lunes, 10 enero 2011. Entro en un cibercafé y pido un ordenador que envíe objetos en 3D. Todos lo hacen, me dice el encargado. Saco del bolso una campana de cerámica y se la enseño. Sin problemas, además, somos especialistas en cerámica italiana, de Florencia, ¿verdad?, me pregunta. Le insisto en que me parece muy grande y tiene que llegar hasta Tudela. Ponte en el número 4, dice. Pongo la campana sobre una alfombrilla que hay junto al ordenador y escribo el mail de Eduardo. La campana desaparece. ¿Lo ves?, dice el encargado, con la cerámica italiana nunca falla.
vagones
sábado, 8 enero 2011. Camino con mi suegra por lo que parece un barrio abandonado del este de Berlín. Ella dice que es todo muy feo. ¿Cuál es la ciudad que más te ha gustado?, pregunta. Nueva York y Berlín, le digo. Qué mal gusto, dice, tenías que haber dicho París. Las calles se han convertido en vagones de tren. En el primero hay un campo de setas. Todas son distintas. Cojo una amarilla muy bonita. No te la comas, puede ser venenosa, dice y pienso que si alguna vez quiero suicidarme sólo tendré que comerme unas cuántas. En el siguiente vagón, Zach Braff estrella contra el suelo calabazas de porcelana. En último es un dormitorio. Miro en los cajones. Hay muestras de loción azul para el pelo. Cojo unas cuantas para llevárselas a mi padre. Sobre un escritorio hay una agenda encuadernada en cuero burdeos con el nombre de Rusiñol en letras doradas. Dentro hay apuntes y dibujos a tinta. Me lo guardo también para llevárselo a mi padre. Aparece un niño, dice que lo lleve conmigo. Eso es imposible, le digo y entro en el armario. Tomo asiento y espero a que despegue, como si se tratara una nave espacial.
personajes
viernes, 7 enero 2011. Andrés y yo estamos en el sofá de casa leyendo un cómic. ¿Crees que lo pasaríamos mejor si estuviéramos dentro del libro?, dice.
niño perdido
miércoles, 5 enero 2011. Me muevo por un parque como si llevara ruedas. Voy pasando por una fila de madres con sus hijos. De repente un niño corre hacia mí. Mamá, grita. Todas las madres me miran, me reprochan que no cuide de él, que lo deje correr solo por ahí. Les explico que yo no soy su madre, que ni siquiera tengo hijos. Pregunten a mi marido, les digo. Sólo somos amigos, dice Alberto. La mujeres me miran con recelo y aprietan a sus hijos contra ellas. Hugo, Ann y Paul, los hijos de mi amiga Salud, aparecen con el niño en los brazos. Quiere quedarse a vivir con nosotros, dicen.
conguitos por barrer y bar bartolo
martes, 4 enero 2011. Mi padre me despierta con mucho misterio. Dice que Alberto me ha llamado. Tiene que ser importante para que esté despierto tan temprano, dice. Me fijo en que no estoy en mi casa sino en el dormitorio de mi hermana, el suelo está cubierto de lo que parece café molido. Voy hacia el teléfono. Todos intentan darme instrucciones. El teléfono es una centralita complicadísima. Todos los electrodomésticos de la casa funcionan desde allí. Al descolgar se oye la radio y la tele a la vez. También la voz de una chica que intenta venderme algo. No sé si la chica llora o se ríe, dice que es su primer día como teleoperadora, me pregunta qué tal lo ha hecho. Cuelgo. Marco varias veces el número de mi casa, pero el teclado escribe letras en una pantalla. Le pregunto a mi madre si sabe qué es eso tan importante que quería Alberto. Me dijo que hay dos táper con comida, uno azul y otro naranja, y que no sabía dónde guardar cada uno, si en el frigorífico o en un mueble, dice. Me quedo de piedra. No digo nada, me doy la vuelta y vuelvo al dormitorio. Mi hermana está barriendo el café del suelo. Parece una niña asustada. Deja que lo haga yo, le digo. Mientras barro, el café molido se va convirtiendo en conguitos cada vez más grandes. Algunos tienen ya el tamaño de un balón. Nos los comemos entre risas.
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Llamo con los nudillos a una puerta enorme, es de madera con la pintura cuarteada. Me abre una chica muy guapa, muy sonriente, me saluda y me besa como si nos conociéramos de toda la vida. Me enseña las habitaciones, las reformas que han hecho. En la cocina hay un tipo desnudo durmiendo en el suelo, junto al frigorífico. Me lo presenta con naturalidad. Mientras miro cada habitación, empiezo a sospechar que la chica cree que esa era mi casa, y que ella debe de ser la novia de Jota. Fíjate lo bien que ha quedado, dice señalándome un hueco en la pared. Le sigo el cuento, le digo que está mucho mejor que cuando yo vivía allí. Ella sonríe satisfecha. Jota aparece de repente, en bañador, y dice que vayamos a la playa. Subimos un camino de tierra entre árboles. Jota nos lleva unos metros de ventaja. Al fondo veo un bar pintado de colores. No puede ser, le digo a la chica, hemos encontrado por casualidad el bar "Bartolo". A las puertas del bar hay unas cuantas chicas con faldas blancas muy largas. Jota se sube a una de ellas, a borricote, la chica usa la falda como mochila, lo ata bien a su espalda, y desaparecen a la carrera. Ante mi cara de asombro, la novia de Jota me explica que la playa está más allá de las dunas y que esas chicas hacen de taxi. Vamos, dice. Le digo que mejor los espero arriba, en el bar, tomando algo.
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Llamo con los nudillos a una puerta enorme, es de madera con la pintura cuarteada. Me abre una chica muy guapa, muy sonriente, me saluda y me besa como si nos conociéramos de toda la vida. Me enseña las habitaciones, las reformas que han hecho. En la cocina hay un tipo desnudo durmiendo en el suelo, junto al frigorífico. Me lo presenta con naturalidad. Mientras miro cada habitación, empiezo a sospechar que la chica cree que esa era mi casa, y que ella debe de ser la novia de Jota. Fíjate lo bien que ha quedado, dice señalándome un hueco en la pared. Le sigo el cuento, le digo que está mucho mejor que cuando yo vivía allí. Ella sonríe satisfecha. Jota aparece de repente, en bañador, y dice que vayamos a la playa. Subimos un camino de tierra entre árboles. Jota nos lleva unos metros de ventaja. Al fondo veo un bar pintado de colores. No puede ser, le digo a la chica, hemos encontrado por casualidad el bar "Bartolo". A las puertas del bar hay unas cuantas chicas con faldas blancas muy largas. Jota se sube a una de ellas, a borricote, la chica usa la falda como mochila, lo ata bien a su espalda, y desaparecen a la carrera. Ante mi cara de asombro, la novia de Jota me explica que la playa está más allá de las dunas y que esas chicas hacen de taxi. Vamos, dice. Le digo que mejor los espero arriba, en el bar, tomando algo.
lengua de trenza de pelo
lunes, 3 enero 2011. Alberto ha hecho un calendario con fotos de sus amigos del trabajo. Se lo van pasando para verlo. No quieren que yo lo vea. Mientras observo lo bien que se lo pasan, noto que la lengua se me ha convertido en una trenza de pelo muy gruesa que no me deja respirar.
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Almudena Grandes y Richard Gere discuten sobre feminismo en una tertulia de la tele. Cada uno está sentado, frente a frente, en un sofá blanco. Mientras Gere habla, Grandes se tumba en el sofá y abre las piernas. Pixelan la imagen para que no se le vea nada. Mientras observo la escena, pienso que Gere no miente cuando dice que es budista porque ni siquiera se ha sonrojado.
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Camino por la calle con un grupo de gente. Mi prima Elisa le dice a Andrés que está harta, que ese mes ya ha hecho dos Magnum y no quiere que vuelva a hacerlos. Se aleja muy enfadada con una amiga y entran en una tienda de ropa de bebés. Le pregunto a Andrés qué es un Magnum. Que dejo a tu prima en una esquina con mi material fotográfico, y yo me voy dos horas a hacer fotos, dice. Me viene a la cabeza la imagen de Elisa en la esquina del Muelle de Heredia pasando frío. Le digo a Andrés que dos horas son muchas, mientras seguimos andando hacia un restaurante. Eso se parece a la plaza de toros de Tenerife, dice Andrés. Es sólo un garaje, le corrijo. Y aquí tenemos la plaza de toros convertida en garaje, dice de repente un guía turístico. Andrés y yo nos miramos y nos echamos a reír. Me alegro de estar en Tenerife, señalo un edifico muy alto junto a la plaza-garaje, y le digo a Andrés que allí vivía mi amigo Juan Luis. En esa casa habríamos sido felices, pero la vendió le digo. Llegamos a un restaurante, hay que bajar una escalera con el techo muy bajo. El grupo ya ha llegado y están repartidos por varias mesas. En la mesa donde está mi madre quedan dos sitios libres. Me siento frente a ella para contarle que he visto la casa de Juan Luis. Andrés se sienta a mi lado y coloca una cámara, con un zoom enorme, sobre la mesa. Veo a Elisa y a su amiga bajar con cuidado por la escalera. Me levanto y le dejo el sitio. Me siento en una mesa con mi abuela. Mientras me acerco a su mesa, me doy cuenta de que estoy soñando porque mi abuela murió hace tiempo, así que sonrío y me siento a su lado. De qué te ríes, dice echándome el pelo detrás de la oreja. Estoy soñando contigo, estás viva y vamos a cenar en un restaurante, le digo.
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Almudena Grandes y Richard Gere discuten sobre feminismo en una tertulia de la tele. Cada uno está sentado, frente a frente, en un sofá blanco. Mientras Gere habla, Grandes se tumba en el sofá y abre las piernas. Pixelan la imagen para que no se le vea nada. Mientras observo la escena, pienso que Gere no miente cuando dice que es budista porque ni siquiera se ha sonrojado.
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Camino por la calle con un grupo de gente. Mi prima Elisa le dice a Andrés que está harta, que ese mes ya ha hecho dos Magnum y no quiere que vuelva a hacerlos. Se aleja muy enfadada con una amiga y entran en una tienda de ropa de bebés. Le pregunto a Andrés qué es un Magnum. Que dejo a tu prima en una esquina con mi material fotográfico, y yo me voy dos horas a hacer fotos, dice. Me viene a la cabeza la imagen de Elisa en la esquina del Muelle de Heredia pasando frío. Le digo a Andrés que dos horas son muchas, mientras seguimos andando hacia un restaurante. Eso se parece a la plaza de toros de Tenerife, dice Andrés. Es sólo un garaje, le corrijo. Y aquí tenemos la plaza de toros convertida en garaje, dice de repente un guía turístico. Andrés y yo nos miramos y nos echamos a reír. Me alegro de estar en Tenerife, señalo un edifico muy alto junto a la plaza-garaje, y le digo a Andrés que allí vivía mi amigo Juan Luis. En esa casa habríamos sido felices, pero la vendió le digo. Llegamos a un restaurante, hay que bajar una escalera con el techo muy bajo. El grupo ya ha llegado y están repartidos por varias mesas. En la mesa donde está mi madre quedan dos sitios libres. Me siento frente a ella para contarle que he visto la casa de Juan Luis. Andrés se sienta a mi lado y coloca una cámara, con un zoom enorme, sobre la mesa. Veo a Elisa y a su amiga bajar con cuidado por la escalera. Me levanto y le dejo el sitio. Me siento en una mesa con mi abuela. Mientras me acerco a su mesa, me doy cuenta de que estoy soñando porque mi abuela murió hace tiempo, así que sonrío y me siento a su lado. De qué te ríes, dice echándome el pelo detrás de la oreja. Estoy soñando contigo, estás viva y vamos a cenar en un restaurante, le digo.
soleado
sábado, 1 enero 2011. Un muñeco habla sin parar aunque todavía no lo he sacado de su caja. De repente se calla y me mira fijamente. Te llamas Soleado y no se hable más, le digo.
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