martes, 4 enero 2011. Mi padre me despierta con mucho misterio. Dice que Alberto me ha llamado. Tiene que ser importante para que esté despierto tan temprano, dice. Me fijo en que no estoy en mi casa sino en el dormitorio de mi hermana, el suelo está cubierto de lo que parece café molido. Voy hacia el teléfono. Todos intentan darme instrucciones. El teléfono es una centralita complicadísima. Todos los electrodomésticos de la casa funcionan desde allí. Al descolgar se oye la radio y la tele a la vez. También la voz de una chica que intenta venderme algo. No sé si la chica llora o se ríe, dice que es su primer día como teleoperadora, me pregunta qué tal lo ha hecho. Cuelgo. Marco varias veces el número de mi casa, pero el teclado escribe letras en una pantalla. Le pregunto a mi madre si sabe qué es eso tan importante que quería Alberto. Me dijo que hay dos táper con comida, uno azul y otro naranja, y que no sabía dónde guardar cada uno, si en el frigorífico o en un mueble, dice. Me quedo de piedra. No digo nada, me doy la vuelta y vuelvo al dormitorio. Mi hermana está barriendo el café del suelo. Parece una niña asustada. Deja que lo haga yo, le digo. Mientras barro, el café molido se va convirtiendo en conguitos cada vez más grandes. Algunos tienen ya el tamaño de un balón. Nos los comemos entre risas.
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Llamo con los nudillos a una puerta enorme, es de madera con la pintura cuarteada. Me abre una chica muy guapa, muy sonriente, me saluda y me besa como si nos conociéramos de toda la vida. Me enseña las habitaciones, las reformas que han hecho. En la cocina hay un tipo desnudo durmiendo en el suelo, junto al frigorífico. Me lo presenta con naturalidad. Mientras miro cada habitación, empiezo a sospechar que la chica cree que esa era mi casa, y que ella debe de ser la novia de Jota. Fíjate lo bien que ha quedado, dice señalándome un hueco en la pared. Le sigo el cuento, le digo que está mucho mejor que cuando yo vivía allí. Ella sonríe satisfecha. Jota aparece de repente, en bañador, y dice que vayamos a la playa. Subimos un camino de tierra entre árboles. Jota nos lleva unos metros de ventaja. Al fondo veo un bar pintado de colores. No puede ser, le digo a la chica, hemos encontrado por casualidad el bar "Bartolo". A las puertas del bar hay unas cuantas chicas con faldas blancas muy largas. Jota se sube a una de ellas, a borricote, la chica usa la falda como mochila, lo ata bien a su espalda, y desaparecen a la carrera. Ante mi cara de asombro, la novia de Jota me explica que la playa está más allá de las dunas y que esas chicas hacen de taxi. Vamos, dice. Le digo que mejor los espero arriba, en el bar, tomando algo.
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Llamo con los nudillos a una puerta enorme, es de madera con la pintura cuarteada. Me abre una chica muy guapa, muy sonriente, me saluda y me besa como si nos conociéramos de toda la vida. Me enseña las habitaciones, las reformas que han hecho. En la cocina hay un tipo desnudo durmiendo en el suelo, junto al frigorífico. Me lo presenta con naturalidad. Mientras miro cada habitación, empiezo a sospechar que la chica cree que esa era mi casa, y que ella debe de ser la novia de Jota. Fíjate lo bien que ha quedado, dice señalándome un hueco en la pared. Le sigo el cuento, le digo que está mucho mejor que cuando yo vivía allí. Ella sonríe satisfecha. Jota aparece de repente, en bañador, y dice que vayamos a la playa. Subimos un camino de tierra entre árboles. Jota nos lleva unos metros de ventaja. Al fondo veo un bar pintado de colores. No puede ser, le digo a la chica, hemos encontrado por casualidad el bar "Bartolo". A las puertas del bar hay unas cuantas chicas con faldas blancas muy largas. Jota se sube a una de ellas, a borricote, la chica usa la falda como mochila, lo ata bien a su espalda, y desaparecen a la carrera. Ante mi cara de asombro, la novia de Jota me explica que la playa está más allá de las dunas y que esas chicas hacen de taxi. Vamos, dice. Le digo que mejor los espero arriba, en el bar, tomando algo.