viernes, 28 enero 2011. Alberto y yo estamos en una barra al aire libre. Cuatro niñas de uniforme se acercan y tiran de él. Las espanto como si fuesen palomas, dando zapatazos al suelo. Le digo a Alberto que tenga cuidado, que no se meta en problemas. Cuando cumplan dieciocho te vas con ellas si quieres, le digo. Jaime, al que hace años que no veo, me dice: Pues yo me iría con ellas ahora mismo.
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Un chico dice que le han robado el carro de la compra. Al decirlo me viene una imagen de alguien metiendo botellas de agua en un carro de supermercado. En ese momento aparece una fila de elefantes que llevan carros de supermercado sobre el lomo. Al momento, el chico sale detrás de unos setos del parque, vestido con ropa limpia, unas botellas de agua y un niño pequeño de la mano. Es muy raro porque antes no tenía barba y ahora luce una bastante poblada. Me acerco y lo abrazo. Hay que confiar en los elefantes, le digo. No será lo mismo que vivir en casa de tus padre, dice. La casa de mis padres es una casa de locos, respondo. Al final del parque hay una especie de casa japonesa, con el suelo de esterilla y las paredes de papel. El niño corre la puerta, se descalza y entra. No miréis, dice. Miro y veo a mi suegra en una mecedora. ¡Estás viva! , le digo me acerco a abrazarla. No te hagas ilusiones, me dice, sólo he venido a decirle a Marisa que este chaquetón es para ella.
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Un chico dice que le han robado el carro de la compra. Al decirlo me viene una imagen de alguien metiendo botellas de agua en un carro de supermercado. En ese momento aparece una fila de elefantes que llevan carros de supermercado sobre el lomo. Al momento, el chico sale detrás de unos setos del parque, vestido con ropa limpia, unas botellas de agua y un niño pequeño de la mano. Es muy raro porque antes no tenía barba y ahora luce una bastante poblada. Me acerco y lo abrazo. Hay que confiar en los elefantes, le digo. No será lo mismo que vivir en casa de tus padre, dice. La casa de mis padres es una casa de locos, respondo. Al final del parque hay una especie de casa japonesa, con el suelo de esterilla y las paredes de papel. El niño corre la puerta, se descalza y entra. No miréis, dice. Miro y veo a mi suegra en una mecedora. ¡Estás viva! , le digo me acerco a abrazarla. No te hagas ilusiones, me dice, sólo he venido a decirle a Marisa que este chaquetón es para ella.