ajajá

sábado, 4 agosto 2012. Llego a una residencia en el campo (se parece a Villa San Pedro, donde iba de niña a hacer ejercicios espirituales). Llevo una bolsa de viaje años 70 y la luz es perfecta y dorada. A la puerta me esperan tres personas sonrientes. Una parece la dueña de la villa y organizadora, pues parece que se trata de un encuentro, pero no sé de qué. Me da una habitación enorme que en vez de armario tiene frigorífico. La cama está deshecha, como si alguien acabara de levantarse. M presentan a una señora mayor que acaba de llegar. Por las ceremonias que le hacen debe de tratarse de alguien importante. Me pregunta si ya sé con quién dormiré. Sola, respondo. Cuchichea con la dueña, me miran, me calibran. Abro el frigorífico y lo observo como si quisiera comprobar algo. Todo lo que hay dentro ya está empezado: la mermelada, una botella de vino, un frasco de pepinillos. Ajajá, digo en alto. Las dos mujeres me miran. Abro el primer cajón del congelador y efectivamente hay un pañuelo doblado y helado tal como lo dejé en el congelador de mi casa. Ajajá, repito. Las dos señoras empujan a un tipo hacia mí. El es tipo que hace de Amador en la serie "La que se avecina". Él no dice nada, me presento, le doy la mano. La tienes helada, dice. Le cuento en voz baja que la cama estaba deshecha y la mermelada empezada. Le enseño el pañuelo del congelador. Le explico que en mi casa siempre tengo un pañuelo helado para el dolor de cabeza, que eso ellas no podían saberlo. Él me mira con cara de no entender nada. ¿la botella de vino también está abierta?, pregunta. ¡Sí!, le respondo entusiasmada, pensando que por fin ha comprendido. Pues ponme un vaso, dice.