jueves, 2 agosto 2012. Voy con una chica por la calle de una ciudad que no conozco, mi hermana es una niña pequeña y nos sigue. La chica, que parece extranjera, me pregunta por algo. Cuando quiero darme cuenta no veo a mi hermana. La busco por todas partes. La chica dice que nos escondamos en un portal y quizá así aparezca.
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Me levanto de la cama y salgo directamente a la calle. Es un barrio de casas matas con jardín. Llego a la casa donde, se supone, me dejé el portátil la noche anterior. Inés está desayunando. Le digo que no la molesto, que recojo mis cosas y me voy. No dice nada. El portátil está en el jardín, pienso que ha pasado la noche a la intemperie. Intento darme prisa, pero los cables son larguísimos y me lleva un rato enrollarlos. Vuelvo a mi casa. Alberto está regando. Oigo la ducha abierta. Imagino que la ha abierto para mí. Entro en el cuarto de baño, la ducha dale del centro del techo, lo moja todo. Dentro de la bañera hay dos almohadas. No sé qué hacer, por dónde empezar. Me meto en la bañera y abro las bocas de los calcetines que llevo puestos. Dejo que se llene de agua como si fueran dos globos. Alberto entra en ese momento y observa el caos. ¡Soy un astronauta!, le digo.