sábado, 18 agosto 2012. Explico a mis padres mi permanente dolor de cabeza. Cortamos la cabeza por la mitad, horizontalmente a la altura de los pómulos, colocamos una pizza y después cerramos de nuevo la cabeza. Los ingredientes de la pizza no son malos, pero no son los de mi cabeza. Es como si hubiera pedido una Margarita y me hubieran puesto una Cuatro estaciones, les digo. Pues así es mi dolor. Mi padres no dicen nada. Y ahora voy a enseñaros a respirar, les digo. ¡Oh, eso sí que sería estupendo!, dice mi madre.
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Alberto toma café en el puerto mientras lee el periódico. Me fijo en que un barco enorme acelera, derrapa y hace trompos como si fuera un coche tuneado. Algunos hombres saltan al agua por la borda. Miro a mi alrededor, parece que soy la única que lo ve. Una camarera llega con dos cafés y se sienta en el suelo. Paso mucho calor en el trabajo, dice. Le pongo en la mesa uno de los cafés a Alberto y me siento con la chica. La chica está de espaldas al mar, yo de frente, el barco sigue derrapando. De repente una ola enorme viene hacia nosotros. ¡Corred!, les digo. No se mueven, la chica incluso se tumba. Entro en la cafetería y me agarro con todas mis fuerza a una columna. El agua nos cubre durante unos segundos y desaparece. Al salir, veo a la chica sentada de nuevo, abanicándose. Alberto está tumbado cubierto con el periódico. ¿Estás bien?, le pregunto. Déjame dormir, dice. Las tazas de café están llenas de agua.