sábado, 11 agosto 2012. Una chica me dice que tengo que leer poemas en la biblioteca, y me señala una puerta. Camino por pasillos oscuros y llego a una estación de tren. Pregunto por la biblioteca. Es esta, me dicen. Allí sólo hay taquillas y andenes. Al llegar de nuevo al salón de actos ya hay alguien leyendo. Entro sin hacer ruido. Maldonado está junto a la puerta. Cuando te toque no leas más de cinco minutos, me dice. Busco a tientas un sitio libre. Cuando los ojos se hacen con la luz, veo que Chivite está sentado a mi lado. Me alegro muchísimo de verlo. Me dice que no soporta las lecturas. Depende de si la postura que pilles es buena, le respondo. Se ríe, saca una lata de puritos. La lata no lleva advertencias, se lo digo. Sí, cada vez es más difícil encontrarlas. ¿Irás a leer a Logroño en diciembre?, le pregunto. Niega con la cabeza. Un tipo pasa por delante de nosotros con un libro de Pedro Salinas. Pienso que me dejé el bolso fuera y me lo ha robado. Lo sigo. Hay una cuesta pronunciada de cemento, no consigo alcanzarlo. Aparecen dos perros, cada uno me muerde una mano, me sangran. Cuando bajo, en un banco junto a la puerta del salón de actos, Chivite fuma un purito, se le ve relajado y feliz. Escondo las manos para no preocuparlo.