sabado, 17 octubre 2020. Salgo de la casa de mi abuela a toda prisa, subo a un autobús y cuando voy por la mitad del recorrido me doy cuenta de que me he dejado el bolso. Pienso si bajarme a mitad de ruta y volver, pero perdería un barco que, se supone, debo coger. Llego al puerto de una ciudad (se parece mucho a Melilla), y busco una cabina telefónica para decirle a Alberto que me traiga el bolso. Nada. Bajo unas escaleras metálicas y llego a un calabozo bajo tierra. Pregunto a uno de los hombres que están allí si me presta su móvil. Se ríe. Somos ladrones, aquí no nos dejan tener nada, mucho menos teléfono. Y al decirlo me pasa un móvil que suena en ese momento. Es Mariángeles. Le explico mi situación, dice que no entiende qué le quiero decir. Le digo que se olvide, que sólo le diga a Alberto que venga a buscarme. Uno de los ladrones me pide que lo ayude. Hay una cómoda en la celda. Dice que habrá uno de los cajones mientras vacía dentro una carretilla de tierra. ¡Acabo de tener un déjà vu!, le digo muy contenta.