miércoles, 28 octubre 2020. Hemos ido de excursión y es hora de volver a casa. Esperamos en una sala con cristalera. Veo de lejos a Jesús Gea. Pienso si se acordará de mí. Pasa por mi lado sin saludar. De repente Emilio y Salva desaparecen. Los veo meter las mochilas en el coche y marchar. No sé cómo volveré a casa. Intento llamar a mi madre, pero el teléfono no tiene teclas y, como si fuera un transformer, se convierte en una cámara del tamaño de una nuez. Araceli dice que llame a Alberto con su móvil. No quiero molestarlo y que tenga que venir a recogerme. Jesús pasa dos o tres veces más delante de mí. No sé si darme a conocer, decirle que me acerque a casa.
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Mi hermana dice que ha perdido unos pendientes, que se los quitó mientras veía la tele y han desaparecido. De repente cambia la historia. Dice que es una pulsera y la perdió en la iglesia. La acompaño. Al cruzar una plaza vemos a un chico pelirrojo que se para a saludarnos. Cuando se va, me dice: a ese pelirrojo le gustas. Llegamos a la iglesia, están en misa, me quedo al fondo. Mi hermana se sienta en uno de los bancos molestando a varias personas que rezan. Se tumba en los bancos buscando la pulsera. Vuelve. Ahora dice que lo que perdió era un broche. Me da una caja con retales. Voy encontrando broches enormes de plata repujada en forma de letras.