domingo, 11 octubre 2020. Tenemos que irnos. En ese justo momento mi madre quiere enseñarme algo del frigorífico y en vez de esperar a que yo vaya, lo arranca y me lo trae. Empieza a salir gas. Pienso en cómo se enfadará mi padre. Nos vamos, antes de cerrar la puerta miro hacia atrás. Parece una casa abandonada.
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Parece un museo, Míchel y yo vamos mirando las vitrinas. Dice algo (no recuerdo qué) y nos partimos de la risa. Yo incluso caigo a suelo de tanto reírme.
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Mi madre está en la cama, pero la cama es la estantería de las bandejas de carne de un supermercado. Dice que no puede hacerle ningún encargo a la vecina porque si le pide hueso le trae zanahorias y le dice que el hueso no existe. Miro a su alrededor, hay bandejas con hueso, morcillas. Hay de todo, le digo, yo te lo traigo, ¿quieres hueso o hueso ibérico? Sí, y tocino de beta. Mi madre se pone muy contenta. Mi padre dice que buscó el número de Bosch en la guía y ya no atienden al teléfono, que seguramente sólo venden por internet. Está muy enfadado, señala un rincón del dormitorio. Lo ves, ya faltan tres cosas, el frigorífico, la tele y el teléfono. Dice que el teléfono se lo ha llevado mi hermana y que se pasa el día comprando a través de su número. Mira, dice y me da varios folios con lo que se supone son compras de mi hermana. Hay pedidos de comida, ropa y chorradas. Al lado de cada pedido, como si fuera un diario, la descripción de cómo estaba de ánimo (feliz, triste, aburrida, etc). Cuando está feliz pide ropa, cuando está triste comida. Le digo a mi padre que no entiendo qué quiere que haga, que hable él con mi hermana. Por lo bajo, le digo a mi hermana que cuando vaya a la psicóloga, e vez de contarle que le tiene fobia a las arañas, le diga que tiene un problema de comprar compulsivamente.