miércoles, 14 octubre 2020. Me despierto en que fue mi cuarto en casa de mis padres. Llega Purranki y, sin mediar palabra, se pone a ordenar la habitación. Dobla mi ropa con cuidado y la va colocando sobre una silla. ¿Recuerdas que te regalé una tele?, dice. No sé si quiere que se la devuelva o que le dé algo a cambio. Me arreglo deprisa y salgo de la casa. Es de noche. Detrás de mí bajan un montón de adolescentes en monopatín. Una chica me dice que no tenía que haber salido, que ya sé de sobra que de 10 a 12 la calle es para ellos. Por que tú lo digas, pienso. No os molesto, si fuera en coche o en moto..., le digo. Intento congraciarme con ella contándole que yo tenía un Sanchesky naranja (mentira, era de mi amigo Paco). Le recomiendo varias películas mientras llegamos a una furgoneta donde venden comida. Una Mirinda, pide. Varias chicas chinas buscan y van enseñando distintas bebidas. La Mirinda ya no existe, le digo. La chica se enfada muchísimo y desaparece. Se ha hecho de día, llego a calles que no conozco (con las que he soñado otras veces). He olvidado el móvil, no puedo a avisar a Alberto para decirle que me he perdido. Pienso que si cierro los ojos la intuición de mis pies me llevará a casa de mi abuela. Así es. Mi abuela está en la cocina preparando orellas de carnaval. La casa huele a bolitas de anís. En la entrada hay un teléfono góndola que nunca había visto. Intento llamar a casa de mis padres, pero me equivoco de número varias veces. Una de mis tías se pega a mí para cotillear. Acabó insultándola para que me deje en paz. El teléfono se ha desarmado. Decido irme. Busco mis gafas. Mi hermana, cuando nadie la ve, me dice que mi tía me las ha escondido, y señala el cajón de una mesita de noche. Mi tía al ver que las he encontrado se enfada muchísimo, más que la chica del monopatín. Pienso que Alberto debe de estar preocupado porque no he podido llamarlo en todo el día. Salgo a la calle, no sé volver a casa.