spa, sombrilla y columpios

martes, 13 octubre 2020. Subo por el Camino Nuevo hacia mi colegio, por la acera de enfrente. Las dos aceras están en obras y valladas. Han puesto un semáforo Cuando llego a la que era la casa del jardinero, veo que la han convertido en un spa. Eduardo está esperando su turno. Lleva un kimono hasta los pies y el pelo largo peinado de peluquería, como si fuera uno de los ángeles de Charlie de los años 70. Nos alegramos mucho de vernos, nos abrazamos. La chica dice que nos demos prisita porque puede perder su turno (dice prisita y a los dos nos sienta muy mal, como si hubiera sido el mayor de los insultos). Eduardo me cuenta cosas atropelladamente mientras mira el reloj que hay en la pared. Yo no sé lo que dice, sólo tengo ojos para su pelo.
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Al salir a la terraza veo que han construido un bloque justo al lado y han colocado una sombrilla enorme que da sombra a toda la calle. En la azotea han colocado mesas y sillas metálicas como las que había antiguamente en el kiosco del parque. Una pareja con muy mala pinta bebe Fanta. No comprendo cómo una sola barra puede sostener una sombrilla tan grande. Me fijo en que la han adosado a nuestra pared. Pienso que no la han sellado bien y cuando llueva nos entrará agua. En la acera de enfrente también han construido. En el último piso se agolpan tres filas de niños que miran hacia abajo. Aplauden y jalean. Las cornisas que tienen justo delante empiezan a caer. Los niños de la primera fila están a unos centímetros del vacío. Les grito desde casa, pero no me sale la voz.
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Caminamos por un camino de eucaliptos con Carmen y Enrique. De cada árbol cuelgan, alrededor del tronco, cuatro columpios muy rudimentarios (tablas cuadradas con cadenas). Casi todas las cadenas están rotas, y vueltas a unir con cuerda. Pienso que si nos sentamos se romperán. Sería mejor haber puesto jaulas, dice Enrique muy serio.