viernes, 30 diciembre 2022. Vivimos en el bajo de un edificio antiguo muy bonito. La casa tiene dos cierros que dan a la calle. Oigo que empieza a llover y me asomo. Veo que han dejado lo que parece un escritorio junto a los contenedores. Me da pena que se moje. Salgo a verlo de cerca. En realidad es una mesa de trabajo de zapatero. Se lo digo a Alberto. Dice que no nos caben más cosas en casa. Al menos me traeré de recuerdo uno de esos cajoncitos (planos, cuadrados, con tiradores de metal). Mientras voy a por ellos, una pareja se ha metido en casa. Alberto consigue sacar al chico. Yo intento convencer a la chica de que salga, pero acabo agarrándola de las muñecas y forcejeando con ella. le digo que no quiero hacerle daño, que se vaya. Mientras, su pareja y Alberto charlan amigablemente sentados en el escalón.
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Oeste y yo caminamos por la calle. Saca un colgante de plata del bolsillo y me lo da. Tiene forma de esfera abollada. También leva dos medallitas azules parecidas a la que me dio mi abuela de niña. Le pregunto si es la que yo le di. Dice que una sí, que la mandó limpiar y que debo tenerla yo. Hablamos mientras nos encaminamos a una estación enorme. Camina muy rápido delante de mí, se aleja. Veo la escena desde muy arriba. Manejo un artefacto con ruedas y antena (del tamaño de una caja de zapatos) que se abre paso entre la gente. Se supone que ese artefacto soy yo y en el momento que alcance a Oeste, estaré a su lado.