descansillo

sábado, 10 diciembre 2022. Llevo a un bebé de pelo muy rizado en los brazos. En el pelo hay bolitas de plástico de adorno. Me pregunto cómo se las habrán metido. Alberto me pregunta si no estoy cansada. Le digo que me gusta notar su cabeza sobre mi pecho.
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Llego tarde a una lectura en calle Alcazabilla. Corro intentando encontrar un atajo. Cuando por fin llego, me recibe mi padre (muy joven). Gracias por haber venido, le digo. Me hace pasar a un jardín. Solo está la familia. Es una comida familiar. Pienso que me he equivocado de día o de lugar.
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Entro a casa de mis padres, pero no por el portal, por un piso de la primera planta. Hay dos gatos muy gordos (los gatos de mi vecino, que los suelta en el portal), huele a orines. Uno trata de restregarse en mis piernas y lo aparto. Al subir las escaleras (que son completamente distintas) hasta casa de mis padres, veo que han puesto entre tramo y tramo una pequeña cocina, un microondas y unos taburetes. Aparece mi hermana. Dice que así mi padre podrá irse de casa, a vivir al descansillo porque está harto de él. ¿Te vas a quedar en su casa, viviendo de su dinero, mientras él vive en el descansillo del edificio?, le pregunto. Claro, dice asombrada de que me asombre. Al llegar, la puerta tiene un eje central y gira al empujarla, sin meter siquiera la llave. Mis padres están vistiéndose sin haber salido de la cama, ajenos completamente a los planes de mi hermana. Los veo jóvenes y contentos. No me han visto, vuelvo hacia atrás sobre mis pasos para que disfruten de ese momento.