miércoles, 21 diciembre 2022. Alberto dice que vamos a comprar un coche. Llegamos al parking de unos grandes almacenes. Digo llegamos porque se supone que vamos los dos, pero voy yo sola en asiento de atrás de un coche que parece de cartón. Voy pensando que ya podría comprar de paso una tela inocente para hacerme un vestido y cambiar de look. El coche aparca solo junto a un montón de rollos de tela (el parking parece un almacén desordenado). Subimos a un ascensor que sólo tiene dos paredes. Comienza a moverse en todas las direcciones (como en la película Cube). Se para un momento, Alberto cree que hemos llegado y baja por uno de los lados que no tiene pared. Lo veo caer al vacío. Esta vez se ha matado de verdad, no como aquella vez que solo era un sueño, pienso. Me asomo y ha caído en una plataforma. Le digo que lo espero en el coche, justo antes de que el ascensor salga otra vez disparado en otra dirección. De repente me veo a mí misma (soy rubia y llevo un vestido de tela inocente) sobre la plataforma donde estaba él, alguien abre una puerta, me abraza y me consuela. ¡No es Alberto!, me grito a mí misma. De repente estoy en una casa construida directamente sobre la arena, un tipo me cuida. Otros dos tipos me traen el desayuno. Noto algo raro en ellos. Saco una nota del bolsillo de un vestido de tirantes (igual a uno que tenía de niña). Es una nota del verdadero Alberto donde me dice en clave que tengo que escapar. Los tipos me preguntan qué dice la nota. Les digo que nada, que ya la estudiaré más adelante. Nos sentamos a desayunar. Estoy de frente a la puerta de entrada (ellos de espaldas). Puedo ver a Alberto a través del cristal esmerilado. Pienso en cómo y cuándo podré escapar.