domingo, 30 marzo 08. Hemos quedado con Carmen Camacho, su compañero Pepe y Joan en un bar sin techo que hay a la puerta del colegio al que yo iba de niña. Mi prima Elisa les sirve gaseosa, pero como está congelada dentro de la botella, la derrama sobre la mesa. Nuria Arán, a la que no veo hace años, llega el bar y saluda a Carmen como si la conociera de toda la vida. Mientras, los demás hablamos de enfermedades contagiosas. Le cuento a Pepe lo bien que lo pasé en Logroño y lo bien que se van a llevar con Carmen Beltrán y Enrique. Andrés pasa con una piragua y me dice que tengo que comer más, porque me estoy quedando en los huesos. Anochece y Carmen y Pepe se despiden. Dicen que tienen la furgoneta aparcada al otro lado del monte. Nuria y yo los acompañamos. La furgoneta es igual a la de Scooby-doo y está aparcada en un descampado. Nuria decide que se va con ellos. Miro por la ventanilla y veo que al fondo está durmiendo Carlitos, el amigo de Caína.
gran lewoski y niño sensato
sábado, 29 marzo 08. Carlos Navarrete cuida de un castillo abierto al público. Cuando cierran, nos dice a los amigos que entremos a verlo saltando una cadena. Antonio Blanco insiste en que no lleve al restaurante del castillo, ahora que no hay nadie. Carlos dice que se está jugando el puesto, pero mientras lo dice ya estamos en el comedor. El comedor sólo tiene alfombras en el suelo, ningún mueble, ninguna comida. Jaime anda por allí con su mascota, una iguana. Alguien propone que nos la comamos. Oímos ruido fuera. Carlos dice que no deberíamos haber entrado porque están atacando el castillo. La iguana huye entre dos piedras de la pared y propongo que la sigamos. Al mover las dos piedras, entramos en el dormitorio de una pareja de ancianos. No estoy segura de si están muertos o dormidos. Tampoco sé si hemos viajado en el tiempo o estoy soñando. La mujer se despierta y regaña a Alberto por haber movido un mueble de sitio. Alberto dice que sólo lo hizo para esconderse y que ella debería hacer los mismo. Los dejo discutiendo y salgo del castillo siguiendo a la iguana. Es de noche y en los jardines hay una fiesta. De lejos veo a Daniel y corro hacia él. Va vestido igual que El Gran Lewoski. Cuando me ve, se tira de cabeza a un váter portátil para que me ría. Ya sé a quién estás imitando, le digo. Nos reímos. Me enseña los jardines como si fueran suyos. Se le ve muy feliz. Me explica que están celebrando que va a ser padre. La madre de Daniel nos saluda desde lejos. Al acercarnos me abraza y llora y dice que está muy feliz por mi embarazo. No sé cómo decirle que no soy yo quien está embarazada sino Ángeles. Está tan contenta que soy incapaz de contradecirla. Si es una niña le pondré tu nombre, le digo. Cuando me alejo con Daniel, le digo: Ves, ya te dije que esto era un sueño.
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Mi suegra ha muerto y se supone que llevo varios días encerrada en una habitación tocando sus zapatos y su bolsa de aseo. En el piso de abajo continua la vida, oído cómo se suceden visitas y almuerzos. Un niño de unos diez años con el pelo alborotado se me acerca, me dice que lo he decepcionado, que pensaba que yo era más fuerte. Le enseño la suela de los zapatos y le digo: Ni siquiera pudo estrenarlos. El niño apunta lo que digo en un cuaderno. Mientras abro y cierro una barra de labios, que tampoco llegó a usar, el niño me da un beso aprovechando que estoy sentada en el suelo, a su altura. El niño me coge de la mano y dice que tengo que comer algo porque llevo más de un mes encerrada en esa habitación. Tienes que bajar y continuar tu vida, dice. Me arrodillo para estar a su altura y lo abrazo. El niño vuelve a besarme y dice que será la última vez que nos veamos. La habitación se convierte en bufet. Todos los platos llevan mayonesa. La mesa está custodiada por hombres con traje y gafas de sol que me tienden platos amablemente. Y me vigilan. Le pregunto al niño quiénes son. El niño anota mi pregunta en el cuaderno. Pruebo una ensalada de naranja con mayonesa. Todo sabe igual. ¿Es comida de plástico?, le pregunto. El niño sonríe. Nos alejamos de las mesas, llevo el plato de ensalada en la mano, uno de los hombres nos vigila unos pasos atrás. Vais a ser los primeros en saberlo, les digo, voy a escribir un libro que se titulará Aitor, y hablará de la última vez que fui feliz.
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Mi suegra ha muerto y se supone que llevo varios días encerrada en una habitación tocando sus zapatos y su bolsa de aseo. En el piso de abajo continua la vida, oído cómo se suceden visitas y almuerzos. Un niño de unos diez años con el pelo alborotado se me acerca, me dice que lo he decepcionado, que pensaba que yo era más fuerte. Le enseño la suela de los zapatos y le digo: Ni siquiera pudo estrenarlos. El niño apunta lo que digo en un cuaderno. Mientras abro y cierro una barra de labios, que tampoco llegó a usar, el niño me da un beso aprovechando que estoy sentada en el suelo, a su altura. El niño me coge de la mano y dice que tengo que comer algo porque llevo más de un mes encerrada en esa habitación. Tienes que bajar y continuar tu vida, dice. Me arrodillo para estar a su altura y lo abrazo. El niño vuelve a besarme y dice que será la última vez que nos veamos. La habitación se convierte en bufet. Todos los platos llevan mayonesa. La mesa está custodiada por hombres con traje y gafas de sol que me tienden platos amablemente. Y me vigilan. Le pregunto al niño quiénes son. El niño anota mi pregunta en el cuaderno. Pruebo una ensalada de naranja con mayonesa. Todo sabe igual. ¿Es comida de plástico?, le pregunto. El niño sonríe. Nos alejamos de las mesas, llevo el plato de ensalada en la mano, uno de los hombres nos vigila unos pasos atrás. Vais a ser los primeros en saberlo, les digo, voy a escribir un libro que se titulará Aitor, y hablará de la última vez que fui feliz.
paella cuadrada y gato doraemon
miércoles, 27 marzo 08. Mi madre no sabe qué hacer de comer. Le digo que no se preocupe. Busco una paella para preparar arroz, pero la única que encuentro es cuadrada. Mientras intento cocinar, entran y salen vecinos de la cocina. Mi hermana se pasea restregándose por los muebles y diciendo cosas incongruentes. No sé si está loca o drogada. Me pregunto si estará así porque se ha enterado de que su marido la engaña. Como si leyera mi pensamiento, dice que eso es mentira. La sigo por la casa porque temo que vaya a hacerse daño. Mi madre me reprocha que he dejado el arroz en el fuego y se ha quemado.
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Me encuentro a Cristina Chaneta y nos sentamos en un escalón a intercambiarnos los zapatos. Dice que tiene invitaciones para comer en un restaurante y si quiero ir con ella. Mientras me habla soy incapaz de concentrarme porque la acera está llena de juguetes entre los que distingo varios gatos Doraemon. Cuando me acerco, no son Doraemon. Sólo son figuras azules, le digo a Cristina.
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Nos hemos mudado de casa. Al patio y el cuarto de baño se sale por una ventana. Un vecino protesta a gritos. Salgo al patio para ver qué pasa. Dice que no puede dormir la siesta por culpa del ruido. El ruido sale del cuarto de baño. Es Alberto tocando el trombón. Me meto en la cama y me tapo la cabeza con las mantas, esperando que todo sea un sueño.
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Me encuentro a Cristina Chaneta y nos sentamos en un escalón a intercambiarnos los zapatos. Dice que tiene invitaciones para comer en un restaurante y si quiero ir con ella. Mientras me habla soy incapaz de concentrarme porque la acera está llena de juguetes entre los que distingo varios gatos Doraemon. Cuando me acerco, no son Doraemon. Sólo son figuras azules, le digo a Cristina.
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Nos hemos mudado de casa. Al patio y el cuarto de baño se sale por una ventana. Un vecino protesta a gritos. Salgo al patio para ver qué pasa. Dice que no puede dormir la siesta por culpa del ruido. El ruido sale del cuarto de baño. Es Alberto tocando el trombón. Me meto en la cama y me tapo la cabeza con las mantas, esperando que todo sea un sueño.
pulsera de cuero naranja
miércoles, 26 marzo 08. Estoy en un bar lleno de humo hablando con un poeta. Le digo al camarero que no se puede respirar. El camarero, con varias cicatrices en la cara, me dice que ya han cerrado las puertas y no puede salir nadie, y que no se me ocurra ninguna tontería porque me están vigilando. Al decir esto, saca un cuchillo y lo clava en el mostrador. El poeta desaparece asustado y deja ver la espalda de un chico que hay apoyado en la barra, al fondo del bar. Sabía que eras tú, le digo, pero no te he saludado porque sé que no soportas a ese poeta. David González se vuelve sonriente, me da la mano y me dice que no me preocupe de nada. Cierra los ojos, dice. Cuando los abro, el bar se ha convertido en un parque. Nos sentamos en el césped y David se pone a fumar. He encargado una pulsera de cuero naranja para ti, dice. No conozco el cuero naranja, respondo, pero seguro que huele igual que tú. Vámonos, dice, y se levanta sonriente. Al levantarse se le han salido del bolsillo un mechero, dos cigarrillos y una bolsita con hachís. Lo recojo todo y lo guardo en mi bolso. Así no se te pierde más, le digo.
tijeras
martes, 25 marzo 08. Estoy en el cine. Mientras veo una película en la que Sam Shepard no hace otra cosa que recoger Lacasitos del suelo, noto algo en la nuca. Es mi suegra cortándome el pelo. Le digo que pare e intento escabullirme, pero no puedo mover la cabeza porque me la tiene bien agarrada. Temo que si hago un movimiento brusco me clave la tijera. La tijera es de podar.
san silvestre
lunes, 24 marzo 08. Estamos celebrando el 31 de diciembre. Todos han traído un cuadro como regalo, incluso aquellos amigos que no saben pintar. Iker enseña a todos, orgulloso, dos cuadros llenos de círculos de colores. Lo que más me gusta es pintar paisajes, explica. Nuria ha dejado detrás de un sillón, tímidamente, el retrato de un hombre muy delgado. Andrés y Elisa hablan de hipotecas e inician una discusión con los demás. Les digo que la única solución que se me ocurre es dividir cada casa en dos y repartírnoslas.
hacienda y málaga palacio
viernes, 21 marzo 08. Acompaño a mi suegra a hacienda. Un chico nos dice que nos saltemos la cola y pasemos dentro para atendernos personalmente. Mi suegra saca un montón de papeles que no sirven para nada y le explica al chico la vida de una vecina que, según ella, mató a su marido. Mientras lo cuenta, yo lo veo como en una película. El chico la escucha con una sonrisa. Después me dice que responda a algunas preguntas. Me pide que resuma el libro El amor en los tiempos del cólera. Le respondo que no soporto a García Márquez y que no creo que eso tenga nada que ver con la declaración de hacienda. Me enseña los papeles sin dejar de sonreír y, efectivamente, lo preguntan. Cada cinco minutos, pregunto la hora al chico y salgo corriendo a una cafetería que hay justo al lado donde está mi madre. El camarero también es un chico muy sonriente, al que tampoco parece molestarle que mi madre hable sin parar. Yo cambio de lugar cada cinco minutos para que ninguna de las dos esté sola mucho tiempo.
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Luján me cuenta que quiere cambiarse de residencia porque, en la que está, tiene unas vistas maravillosas pero también una compañera que la espía. Dice que prefiere volver donde estaba antes aunque sólo viera un muro tras una reja. En ese momento parece su compañera por la ventana y dice: Te estoy oyendo.
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En la última plata del Málaga Palacio han puesto una guardería. Subo porque mi madre ha llevado a mi hermana. Los padres de los niños toman algo en el bar mientras los niños juegan en la terraza. El suelo de la terraza tiene una fina capa de hielo azul y no tiene barandilla. Intento pastorear a los niños y acabo por encerrarlos en el baño para evitar que caigan al vacío. Explico la situación a los padres pero, ninguno, ni mi madre, me hacen caso. Mientras, los niños lloran en el baño. Me quito los zapatos y los dejo a la salida del baño. Abro la puerta y les digo a los niños que me rindo, que me marcho, que hagan lo que quieran. Los niños se han convertido en modelos vestidos de chaqué y mis zapatos en dos escamas de jabón con forma de hojas de eucalipto. Entro en el ascensor y le doy al bajo, pero el ascensor abre la puerta en el primero. Me da miedo salir y al volver a cerrarse la puerta, la luz se apaga. Sé que estás ahí y no te tengo miedo, grito. De repente estoy en sótano con mi suegra. Quiere comprar un mantel y elige un trozo de tela pequeño porque dice que siempre quiso un mantel de caballos pastores. Dice que me lo va a regalar. Le digo que no me gusta y que deberíamos irnos. De repente estamos en el último piso con un chico que, se supone, es compañero de trabajo de Alberto. Mi suegra cuenta intimidades falsas de Alberto, como que siempre usa chandal en casa y que nunca se ducha. El chico me tiende el móvil. Es Alberto y se enfada porque he estado hablando con su compañero. Le explico que su madre quiere regalarnos un mantel muy feo y que no sé si podré sacarla de allí. Alberto cuelga. Vuelvo sola al ascensor, que ahora tiene las paredes de cristal. Una pareja me dice que ganó la Miss número 72 y que ya era hora de que ganara una chica morena. No entiendo nada. Pregunto por los niños de la guardería. Tus padre ya se han marchado, dicen. Salgo a la calle y es de noche. Miro zapatos en un escaparate porque sigo descalza.
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Luján me cuenta que quiere cambiarse de residencia porque, en la que está, tiene unas vistas maravillosas pero también una compañera que la espía. Dice que prefiere volver donde estaba antes aunque sólo viera un muro tras una reja. En ese momento parece su compañera por la ventana y dice: Te estoy oyendo.
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En la última plata del Málaga Palacio han puesto una guardería. Subo porque mi madre ha llevado a mi hermana. Los padres de los niños toman algo en el bar mientras los niños juegan en la terraza. El suelo de la terraza tiene una fina capa de hielo azul y no tiene barandilla. Intento pastorear a los niños y acabo por encerrarlos en el baño para evitar que caigan al vacío. Explico la situación a los padres pero, ninguno, ni mi madre, me hacen caso. Mientras, los niños lloran en el baño. Me quito los zapatos y los dejo a la salida del baño. Abro la puerta y les digo a los niños que me rindo, que me marcho, que hagan lo que quieran. Los niños se han convertido en modelos vestidos de chaqué y mis zapatos en dos escamas de jabón con forma de hojas de eucalipto. Entro en el ascensor y le doy al bajo, pero el ascensor abre la puerta en el primero. Me da miedo salir y al volver a cerrarse la puerta, la luz se apaga. Sé que estás ahí y no te tengo miedo, grito. De repente estoy en sótano con mi suegra. Quiere comprar un mantel y elige un trozo de tela pequeño porque dice que siempre quiso un mantel de caballos pastores. Dice que me lo va a regalar. Le digo que no me gusta y que deberíamos irnos. De repente estamos en el último piso con un chico que, se supone, es compañero de trabajo de Alberto. Mi suegra cuenta intimidades falsas de Alberto, como que siempre usa chandal en casa y que nunca se ducha. El chico me tiende el móvil. Es Alberto y se enfada porque he estado hablando con su compañero. Le explico que su madre quiere regalarnos un mantel muy feo y que no sé si podré sacarla de allí. Alberto cuelga. Vuelvo sola al ascensor, que ahora tiene las paredes de cristal. Una pareja me dice que ganó la Miss número 72 y que ya era hora de que ganara una chica morena. No entiendo nada. Pregunto por los niños de la guardería. Tus padre ya se han marchado, dicen. Salgo a la calle y es de noche. Miro zapatos en un escaparate porque sigo descalza.
copas robadas y desorden
miércoles, 19 marzo 08. Hay reunión de la comunidad, pero en vez de reunirse en el portal, lo hacen en la azotea. Desde una ventana veo cómo papá trepa con dificultad por la fachada. No entiendo por qué va precisamente el día que es necesario jugarse la vida, cuando jamás ha ido a ninguna. Pienso que tal vez haya subido porque le gustan las antenas y sólo ese día tiene oportunidad de verlas de cerca.
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Joan y yo estamos en la cocina de su casa. Abro un cajón y empiezo a sacar copas de distintos tamaños. Las voy enumerando: Éstas las robaste en Lisboa, éstas en Edimburgo, éstas en Berlín. Le pregunto cómo lo hace para que nunca nadie se de cuenta. Joan se ríe.
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Un chico y dos chicas hablan de los zapatos que llevan. Las botas de las chicas son cilindros, sin la forma del pie. Voy a la habitación de la que han salido y veo que hay varios modelos de botas, pero ninguno me gusta. Pienso que es una tienda, aunque me fijo en que hay dos camas una tele y un cuarto de baño. Es una habitación de estudiantes, pienso. Todo está muy desordenado. Ordeno las botas bajo un mueble, los calcetines en un rincón, ropa que doblo en una estantería y apilo un montón de revistas sobre una mesa. Una chica me dice: No pretenderás que mantengamos el orden. Me encojo de hombros. Entre la ropa hay pijamas de hombre que llevo al cuarto de baño. Al entrar pido disculpas porque hay un chico, recién salido de la ducha, secándose. ¿Cómo estás?, pregunta. Ahí voy, respondo. Aunque inmediatamente me doy cuenta de que con quien habla es con la otra chica. Actúan como si yo no existiera.
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Joan y yo estamos en la cocina de su casa. Abro un cajón y empiezo a sacar copas de distintos tamaños. Las voy enumerando: Éstas las robaste en Lisboa, éstas en Edimburgo, éstas en Berlín. Le pregunto cómo lo hace para que nunca nadie se de cuenta. Joan se ríe.
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Un chico y dos chicas hablan de los zapatos que llevan. Las botas de las chicas son cilindros, sin la forma del pie. Voy a la habitación de la que han salido y veo que hay varios modelos de botas, pero ninguno me gusta. Pienso que es una tienda, aunque me fijo en que hay dos camas una tele y un cuarto de baño. Es una habitación de estudiantes, pienso. Todo está muy desordenado. Ordeno las botas bajo un mueble, los calcetines en un rincón, ropa que doblo en una estantería y apilo un montón de revistas sobre una mesa. Una chica me dice: No pretenderás que mantengamos el orden. Me encojo de hombros. Entre la ropa hay pijamas de hombre que llevo al cuarto de baño. Al entrar pido disculpas porque hay un chico, recién salido de la ducha, secándose. ¿Cómo estás?, pregunta. Ahí voy, respondo. Aunque inmediatamente me doy cuenta de que con quien habla es con la otra chica. Actúan como si yo no existiera.
ascensores y hostales
martes, 18 marzo 08. Emilio, Ángeles y yo llegamos a la puerta de la casa de mis padres. Es muy tarde y no hay ninguna luz encendida en la calle. Justo en el momento que estamos abriendo el portal, llega un camión de bomberos idéntico al de la película Fharenheit 451. Tenemos que subir antes que ellos para que no quemen nada, les digo. Entramos en el ascensor, pero no tiene botones, sólo el de abrir y cerrar las puertas y el de alarma. Emilio le da a todos y el ascensor baja. Intento parar el ascensor dándole al de abrir y cerrar, y el ascensor comienza a subir muy deprisa. Tengo una mala noticia, les digo, vamos por el 8º piso y este bloque sólo tiene cinco.
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Las calles están llenas de coches en doble fila. Tengo que ir sorteándolos. Casi arranco la puerta de un coche de policía. Alberto, que va de copiloto, me dice que tenga más cuidado. Le respondo que para estar completamente ciega no lo hago tan mal. Nos cambiamos de asiento sin salir del coche. Alberto conduce hasta calle Cristo y para delante de un hostal de dos plantas. Entramos y llama a la puerta para que le enseñen una habitación. A mí me da vergüenza que moleste a las dueñas, dos señoras muy mayores, porque no vamos a quedarnos. La dueña levanta una persiana metálica y en vez de garaje aparece un restaurante donde están desayunando varias familias. Dice que subamos a ver la habitación. Alberto me indica con un gesto que sube a ver a azotea. Yo sé que para lo único que hemos ido es para ver el atardecer desde la azotea, por eso me da vergüenza estar allí. Mientras Alberto sube, me quedo hablando con un niño. El niño dice que le da asco mi tos. Me entran ganas de contestarle que cuando sea viejo él dará asco a los niños, pero no le digo nada y salgo del restaurante haciendo equilibrios sobre un perro. En la entrada hay varios perros alineados y voy saltando de uno a otro. Veo a Alberto en el suelo, se ha caído y roto las gafas. No te acerques, tengo tuberculosis, dice. Me acerco y lo peino con los dedos.
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Las calles están llenas de coches en doble fila. Tengo que ir sorteándolos. Casi arranco la puerta de un coche de policía. Alberto, que va de copiloto, me dice que tenga más cuidado. Le respondo que para estar completamente ciega no lo hago tan mal. Nos cambiamos de asiento sin salir del coche. Alberto conduce hasta calle Cristo y para delante de un hostal de dos plantas. Entramos y llama a la puerta para que le enseñen una habitación. A mí me da vergüenza que moleste a las dueñas, dos señoras muy mayores, porque no vamos a quedarnos. La dueña levanta una persiana metálica y en vez de garaje aparece un restaurante donde están desayunando varias familias. Dice que subamos a ver la habitación. Alberto me indica con un gesto que sube a ver a azotea. Yo sé que para lo único que hemos ido es para ver el atardecer desde la azotea, por eso me da vergüenza estar allí. Mientras Alberto sube, me quedo hablando con un niño. El niño dice que le da asco mi tos. Me entran ganas de contestarle que cuando sea viejo él dará asco a los niños, pero no le digo nada y salgo del restaurante haciendo equilibrios sobre un perro. En la entrada hay varios perros alineados y voy saltando de uno a otro. Veo a Alberto en el suelo, se ha caído y roto las gafas. No te acerques, tengo tuberculosis, dice. Me acerco y lo peino con los dedos.
gusanos de seda y pelos de cabra
lunes, 17 marzo 08. Tengo dos pezones en cada pecho. Alimento a cuatro crías de gato a la vez. Mi hermana me trae su caja de gusanos de seda. Alimento a cuatro gusanos de seda a la vez.
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Estamos de visita en casa de mi suegra. Como me aburro, me encierro en el cuarto de baño, me desnudo y me adorno el cuello con un lazo enorme de papel higiénico.
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Hemos ido a un festival con Carmen y Enrique. Los esperamos en la fila de la entrada. No llegan. La fila avanza y temo que después no los dejen entrar solos. Me extraña que en la fila sólo haya hombres vestidos con monos azules y cascos, ya que es un festival de música indi. Me llama la atención un edificio donde todos los vecinos han tendido sólo toallas y todas del mismo color por piso. Cuando estamos a punto de entrar, nos sentamos en un banco a esperar. En una casa de la acera de enfrente veo a Yolanda hablando por teléfono, pero no me saluda. Pasan carrozas de vuelta y temo que el festival haya acabado. Una señora muy mayor, disfrazada de sirena, como si me leyera mi pensamiento, me dice que no me preocupe, que sólo vuelven a descansar, pero que el festival no ha comenzado todavía. A lo lejos, vemos llegar a Carmen y Enrique, pero en vez de venir hacia nosotros, suben una escalinata para hacerle fotos a una iglesia. Corremos hacia ellos. Mira, dice Enrique, Carmen se ha puesto su falda de pelo de cabra. Y al decirlo, los tres nos lanzamos a tocarla y a hacerle cosquillas.
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Estamos de visita en casa de mi suegra. Como me aburro, me encierro en el cuarto de baño, me desnudo y me adorno el cuello con un lazo enorme de papel higiénico.
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Hemos ido a un festival con Carmen y Enrique. Los esperamos en la fila de la entrada. No llegan. La fila avanza y temo que después no los dejen entrar solos. Me extraña que en la fila sólo haya hombres vestidos con monos azules y cascos, ya que es un festival de música indi. Me llama la atención un edificio donde todos los vecinos han tendido sólo toallas y todas del mismo color por piso. Cuando estamos a punto de entrar, nos sentamos en un banco a esperar. En una casa de la acera de enfrente veo a Yolanda hablando por teléfono, pero no me saluda. Pasan carrozas de vuelta y temo que el festival haya acabado. Una señora muy mayor, disfrazada de sirena, como si me leyera mi pensamiento, me dice que no me preocupe, que sólo vuelven a descansar, pero que el festival no ha comenzado todavía. A lo lejos, vemos llegar a Carmen y Enrique, pero en vez de venir hacia nosotros, suben una escalinata para hacerle fotos a una iglesia. Corremos hacia ellos. Mira, dice Enrique, Carmen se ha puesto su falda de pelo de cabra. Y al decirlo, los tres nos lanzamos a tocarla y a hacerle cosquillas.
deportivo y cicatrices
domingo, 16 marzo 08. Estoy en el puerto, esperando a mi tía Mari. Llega conduciendo un deportivo amarillo. Tiene el techo tan bajo que para entrar debo tumbarme en la acera. Dentro voy encogida. Pienso que si tenemos un accidente no podré salir de allí porque, además, no tiene ventanillas traseras.
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Mis tías Paqui, Mari y yo hemos llegado a una casa con un niño que siempre va en bicicleta. El niño se pasea por el pueblo diciéndole a la gente que no circulen por la calle nº4 porque va a haber un atentado. En el pueblo se forman grandes caravanas. Dos mujeres llegan a casa y preguntan por el niño. Mientras hablo con una, la otra le da una paliza. Empujo a una de ellas por la escalera, pero consigue volver a subir. Las vuelvo a empujar, a las dos, mientras veo como el niño se desangra a la puerta de casa. Con una mano empujo a las dos mujeres, con la otra golpeo en morse SOS en las ventanas de la casa. Las mujeres se van al final muy magulladas. Consigo abrir la puerta de casa a patadas. Dentro está mi tía Paqui con la cara llena de cicatrices y sangre. Mi tía Mari está envuelta en varias mantas dentro de un saco de dormir. Tiembla de miedo. Ve a recibir a tu familia, dice mi tía Paqui. No los reconozco, pero me acerco a abrazarlos y a contarles lo que ha pasado. La que se supone que es mi familia, es una señora muy mayor, un hombre negro joven, un niño mulato y una niña rubia. El hombre negro, se supone que es mi padre, me dice: Te veo deshilvanada. Le cuento lo que ha pasado y que seguramente las dos mujeres me habrán denunciado. Dice que si ellas empezaron a pegar al niño, yo les pegué en defensa propia. Le respondo que el niño no aparece y si no hay niño no hay pruebas. Mi tía Paqui tiene la cara llena de cicatrices, dice que la hacen más gorda y que no le valió la pena tanto régimen. A partir de ahora voy a comer lo que quiera, dice llorando. Decido entregarme. Salgo de la casa. Las calles están llenas de cascotes, barro y algas negras como si de verdad hubiera habido un atentado o un maremoto. Llego a una plaza con mucha luz. Al fondo veo la catedral de Cádiz y dos policías jugando, tranquilamente, al frontón.
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Mis tías Paqui, Mari y yo hemos llegado a una casa con un niño que siempre va en bicicleta. El niño se pasea por el pueblo diciéndole a la gente que no circulen por la calle nº4 porque va a haber un atentado. En el pueblo se forman grandes caravanas. Dos mujeres llegan a casa y preguntan por el niño. Mientras hablo con una, la otra le da una paliza. Empujo a una de ellas por la escalera, pero consigue volver a subir. Las vuelvo a empujar, a las dos, mientras veo como el niño se desangra a la puerta de casa. Con una mano empujo a las dos mujeres, con la otra golpeo en morse SOS en las ventanas de la casa. Las mujeres se van al final muy magulladas. Consigo abrir la puerta de casa a patadas. Dentro está mi tía Paqui con la cara llena de cicatrices y sangre. Mi tía Mari está envuelta en varias mantas dentro de un saco de dormir. Tiembla de miedo. Ve a recibir a tu familia, dice mi tía Paqui. No los reconozco, pero me acerco a abrazarlos y a contarles lo que ha pasado. La que se supone que es mi familia, es una señora muy mayor, un hombre negro joven, un niño mulato y una niña rubia. El hombre negro, se supone que es mi padre, me dice: Te veo deshilvanada. Le cuento lo que ha pasado y que seguramente las dos mujeres me habrán denunciado. Dice que si ellas empezaron a pegar al niño, yo les pegué en defensa propia. Le respondo que el niño no aparece y si no hay niño no hay pruebas. Mi tía Paqui tiene la cara llena de cicatrices, dice que la hacen más gorda y que no le valió la pena tanto régimen. A partir de ahora voy a comer lo que quiera, dice llorando. Decido entregarme. Salgo de la casa. Las calles están llenas de cascotes, barro y algas negras como si de verdad hubiera habido un atentado o un maremoto. Llego a una plaza con mucha luz. Al fondo veo la catedral de Cádiz y dos policías jugando, tranquilamente, al frontón.
duda basura
sábado, 15 marzo 08. Voy en autobús. Veo que el suelo está lleno de papeles. Lo barro. Cuando tengo un montoncito de basura en la plataforma del fondo, no sé si echarla a la calle cuando se abra la puerta, o llevármela a casa en un recogedor.
vocales y buzones
viernes, 14 marzo 08. Mi sobrina dice que la han elegido en el colegio para representar a España en Jordania. Le digo que tendrá que empezar a vestir sin enseñar el pircin del ombligo y aprender ortografía. Saca un montón de cuadernos y se pone a estudiar. Pienso en lo aplicada que se ha vuelto y me siento muy satisfecha. Cuando vuelvo, le pregunto si ya se sabe las vocales. Dice que sí. ¿Qué viene después de la A? La C, dice.
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Llego a casa de mi suegra y miro si hay algo en el buzón. Hay cartas del banco y un sobre enorme. Una vecina se queja de que los buzones están rotos. Para demostrarlo, mete los dos brazos y revuelve todas las cartas. Efectivamente, cada buzón tiene su puerta con ranura, pero dentro no hay compartimentos, se trata de un cajón donde todo se mezcla. Intento recuperar el sobre grande. Después de un rato arañándome los brazos para conseguirlo, veo que el sobre es para mí. Me lo envía Alberto Tesán. El matasellos es del 89, me quejo. Lo ves, dice la vecina, estos buzones están rotos.
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Llego a casa de mi suegra y miro si hay algo en el buzón. Hay cartas del banco y un sobre enorme. Una vecina se queja de que los buzones están rotos. Para demostrarlo, mete los dos brazos y revuelve todas las cartas. Efectivamente, cada buzón tiene su puerta con ranura, pero dentro no hay compartimentos, se trata de un cajón donde todo se mezcla. Intento recuperar el sobre grande. Después de un rato arañándome los brazos para conseguirlo, veo que el sobre es para mí. Me lo envía Alberto Tesán. El matasellos es del 89, me quejo. Lo ves, dice la vecina, estos buzones están rotos.
bestia salvaje bajo la cama y el niño-perro-ruso
miércoles, 12 marzo 08. Nos estamos preparando para salir a una verbena. Mi madre y mi hermana ya están en el ascensor. Mientras me estoy vistiendo, entra Camilo por la ventana. Camilo es una mezcla entre La masa y la bestia-león de La bella y la Bestia de Walt Disney. Oigo que mi padre va a entrar en el dormitorio y le digo a Camilo que se esconda bajo la cama. Mi padre dice que no va a poder ir a la verbena porque le duele el costado. Le digo que el hígado está al otro lado, así que no se preocupe, que serán los nervios. Mi padre se tumba en la cama y dice que mi madre suele frotarle con alcohol el abdomen cuando le da ese dolor. Voy por alcohol al baño y le digo que cierre los ojos. Aprovecho entonces para mirar bajo la cama: Camilo se ha dormido. Cuando voy a ponerle el alcohol, mi padre se ha convertido en una chica argentina muy maleducada, que me da órdenes de cómo debo masajearla.
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Héctor y yo hemos llegado a un hotel rural. Miramos los árboles desde una terraza y le pregunto por qué no estamos así de tranquilos cuando él desayuna en su jardín y yo en mi terraza, si prácticamente es el mismo paisaje. Héctor está de espaldas, creo que llora, y lo abrazo desde detrás. Oímos ruido en la habitación y vemos que una chica jipi acaba de instalarse con su perro. ¿De dónde has sacado el colchón?, le pregunto. La chica dice que lo ha recogido de la basura. La chica es muy guapa, aunque tiene la cara llena de pecas. Pienso que tiene en la cara más pecas que yo, y sin embargo está claro que a Héctor le ha gustado. El perro de la chica husmea en mi bolso. Para demostrar que no llevo comida, lo vacío: fotos del erizo César, el burro Manolito y unos papeles con poemas escritos. El perro me arranca el bolso de las manos y sale corriendo. Le digo a Héctor que me ayude a recuperarlo, pero ya está en la habitación con la chica. En la terraza me encuentro al hijo mayor de Rafa y Magdalena. Sé que has sido tú disfrazado de niño-perro-ruso; o me dices dónde has escondido mi bolso o te rapo la cabeza, le digo. El niño se ríe. Alberto está escribiendo números con tiza en una puerta de madera. Dice que ya tiene la clave para encontrar el bolso. Sabemos que el bolso está escondido en el lavadero, dice.
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Héctor y yo hemos llegado a un hotel rural. Miramos los árboles desde una terraza y le pregunto por qué no estamos así de tranquilos cuando él desayuna en su jardín y yo en mi terraza, si prácticamente es el mismo paisaje. Héctor está de espaldas, creo que llora, y lo abrazo desde detrás. Oímos ruido en la habitación y vemos que una chica jipi acaba de instalarse con su perro. ¿De dónde has sacado el colchón?, le pregunto. La chica dice que lo ha recogido de la basura. La chica es muy guapa, aunque tiene la cara llena de pecas. Pienso que tiene en la cara más pecas que yo, y sin embargo está claro que a Héctor le ha gustado. El perro de la chica husmea en mi bolso. Para demostrar que no llevo comida, lo vacío: fotos del erizo César, el burro Manolito y unos papeles con poemas escritos. El perro me arranca el bolso de las manos y sale corriendo. Le digo a Héctor que me ayude a recuperarlo, pero ya está en la habitación con la chica. En la terraza me encuentro al hijo mayor de Rafa y Magdalena. Sé que has sido tú disfrazado de niño-perro-ruso; o me dices dónde has escondido mi bolso o te rapo la cabeza, le digo. El niño se ríe. Alberto está escribiendo números con tiza en una puerta de madera. Dice que ya tiene la clave para encontrar el bolso. Sabemos que el bolso está escondido en el lavadero, dice.
menú de boda y tienda portátil
lunes, 10 marzo 08. Carmen y Enrique han organizado un concurso para ver quién prepara el menú de su boda. Enrique, vestido de cocinero, nos reparte libretas y bolígrafos. Tenéis media hora, dice. Me levanto deprisa y voy hacia un frigorífico que hay al lado de una ventana, saco una bolsa de cubitos de hielo y pongo un puñado en un bol. Después, en otro bol más pequeño, que meto en el de los cubitos, echo unas ramas de yerbabuena para que se enfríen sin que el hielo las toque. Mientras, hago tiras muy finas con cáscara de limón. Uno de los participantes me pregunta qué hago. Helado de yerbabuena. Dice que los novios están muy enfadados porque ellos no querían que nadie cocinara, sino que sólo escribiéramos las recetas.
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Cristina Chaneta, a la que no veo hace años, llora porque no quiere volver a su casa. La consuelo como puedo. Al pasar por delante de casa de sus padres, le pregunto si todavía vive allí. No, se mudaron cuando la restauraron, dice. Me fijo y, efectivamente, ahora las piedras son blancas. Dice que ahora que viven en El corte inglés, todo le da pena y no quiere volver a estudiar.
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Mi prima Cristina ha pedido por su cumpleaños una tienda de campaña portátil. Mi madre está desesperada buscándola por todas las tiendas. Le enseñan muchas, pero ninguna es la que ha pedido mi prima. Tiene que ser tan pequeña, que pueda montarse sobre el televisor, dice.
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Cristina Chaneta, a la que no veo hace años, llora porque no quiere volver a su casa. La consuelo como puedo. Al pasar por delante de casa de sus padres, le pregunto si todavía vive allí. No, se mudaron cuando la restauraron, dice. Me fijo y, efectivamente, ahora las piedras son blancas. Dice que ahora que viven en El corte inglés, todo le da pena y no quiere volver a estudiar.
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Mi prima Cristina ha pedido por su cumpleaños una tienda de campaña portátil. Mi madre está desesperada buscándola por todas las tiendas. Le enseñan muchas, pero ninguna es la que ha pedido mi prima. Tiene que ser tan pequeña, que pueda montarse sobre el televisor, dice.
los hijos del emperador y chivite
domingo, 9 marzo 08. El emperador de Japón es el nuevo vecino de mi abuela y me ha invitado a comer. En el salón hay una mesa enorme cuadrada. Sus hijos salen a saludarme y se van sentando. Tiene veinte hijos, dos van en silla de ruedas, y una hija. La hija ha desaparecido y por eso me han invitado, para que yo, que conozco el barrio, la encuentre. Un camarero comienza servir la comida. La mesa es tan grande, que para acercar los platos a cada comensal, usa esa especie de rastrillo que utilizan los crupieres para desplazar las fichas.
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Acompaño a Begoña al médico. Al parecer necesita un certificado de que le dieron el alta de haber estado en una incubadora cuando era un bebé. El médico que nos atiende es el escritor Chivite. Dice que no tiene tiempo porque es 31 de diciembre y lo esperan en su casa para preparar la cena. Begoña le explica que si no tiene ese certificado perderá su trabajo. Chivite se quita la bata y debajo lleva un abrigo. Cuando está a punto de salir por la puerta, le digo: ¿Y si te digo que puedes firmar con este rotulador dorado? Chivite se vuelve, se sienta, firma el certificado y nos dice: Siempre quise usar uno.
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Carlos es cura. Del bolsillo de la sotana saca un cilicio de cuero con unos remaches metálicos y me lo tiende. Los remaches, si uno se fija, son letras. Le doy las gracias y me lo pongo de pulsera. Estamos sentados entre el público de un teatro al aire libre. La obra consiste en una chica que saca la cabeza por el agujero de una manta y cuenta sus vivencias desde niña. Me parece aburridísimo y me entretengo mirando unas nubes en el cielo con forma de pájaros. La chica que está sentada a mi lado llora. Cuando le pregunto si es por la obra, me dice que es porque acaban de operarle la nariz. Carlos me dice al oído que ahora que los dos tenemos la misma pulsera estamos unidos para siempre. Saca un papel donde un menor le propone una cita en un hotel. Se lo enseña a todos los espectadores, uno a uno. Algunos son curas como él. En el intermedio le digo que ese papel lo escribí yo, que era una broma, que pensé que reconocería mi letra. Dice que ha sufrido mucho por culpa de ese papel. Le digo que no entiendo para qué lo enseña a sus superiores. Me he dado cuenta de que este papel tiene mucho poder, dice. Pero el poder hay que saber cuándo usarlo, le respondo.
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Acompaño a Begoña al médico. Al parecer necesita un certificado de que le dieron el alta de haber estado en una incubadora cuando era un bebé. El médico que nos atiende es el escritor Chivite. Dice que no tiene tiempo porque es 31 de diciembre y lo esperan en su casa para preparar la cena. Begoña le explica que si no tiene ese certificado perderá su trabajo. Chivite se quita la bata y debajo lleva un abrigo. Cuando está a punto de salir por la puerta, le digo: ¿Y si te digo que puedes firmar con este rotulador dorado? Chivite se vuelve, se sienta, firma el certificado y nos dice: Siempre quise usar uno.
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Carlos es cura. Del bolsillo de la sotana saca un cilicio de cuero con unos remaches metálicos y me lo tiende. Los remaches, si uno se fija, son letras. Le doy las gracias y me lo pongo de pulsera. Estamos sentados entre el público de un teatro al aire libre. La obra consiste en una chica que saca la cabeza por el agujero de una manta y cuenta sus vivencias desde niña. Me parece aburridísimo y me entretengo mirando unas nubes en el cielo con forma de pájaros. La chica que está sentada a mi lado llora. Cuando le pregunto si es por la obra, me dice que es porque acaban de operarle la nariz. Carlos me dice al oído que ahora que los dos tenemos la misma pulsera estamos unidos para siempre. Saca un papel donde un menor le propone una cita en un hotel. Se lo enseña a todos los espectadores, uno a uno. Algunos son curas como él. En el intermedio le digo que ese papel lo escribí yo, que era una broma, que pensé que reconocería mi letra. Dice que ha sufrido mucho por culpa de ese papel. Le digo que no entiendo para qué lo enseña a sus superiores. Me he dado cuenta de que este papel tiene mucho poder, dice. Pero el poder hay que saber cuándo usarlo, le respondo.
botones
sábado, 8 marzo 08. Me siento en un bidé. Me sale un gran chorro de una especie de puré de patatas blanco, después rosa, por último azul. No sé cómo decirle a mi madre que posiblemente esté loca.
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Carmen, Enrique y yo vamos a cenar a La cazuela de esparterías. Enrique dice que lo mejor para que nadie nos robe los abrigos es cortarle los botones. Veo que Enrique tiene al lado un cajón con un montón de botones de todos los abrigos de los clientes. Me fijo especialmente en unos con forma de cuernos. Alguien ha traído trenka, pienso. También pienso que a la salida será un verdadero lío que cada uno encuentre sus botones en ese cajón. Mientras tanto, Carmen escribe un sms a Enrique, diciéndole que estaremos en el sofá de casa.
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Carmen, Enrique y yo vamos a cenar a La cazuela de esparterías. Enrique dice que lo mejor para que nadie nos robe los abrigos es cortarle los botones. Veo que Enrique tiene al lado un cajón con un montón de botones de todos los abrigos de los clientes. Me fijo especialmente en unos con forma de cuernos. Alguien ha traído trenka, pienso. También pienso que a la salida será un verdadero lío que cada uno encuentre sus botones en ese cajón. Mientras tanto, Carmen escribe un sms a Enrique, diciéndole que estaremos en el sofá de casa.
niño caracola y glamour
viernes, 7 marzo 08. Me he quedado cuidando de Darío. En un descuido, veo que alguien le ha dado un Colacao. Cuando vuelven Andrés y Elisa a recogerlo, les entrego una caracola del tamaño de un pulgar. Andrés la vuelca sobre la mesa, pero no sale un niño sino un filtro de cigarrillo. Elisa se tira al suelo y se unta el cuerpo con barro. Andrés y yo buscamos al niño por debajo de los coches aparcados. Un niño me dice que acaba de encontrarlo en una alcantarilla. Cuando nos acercamos, vemos que hay un montón de bebés del tamaño de un pulgar en la acera.
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Amenábar ha estrenado su primera obra de teatro. El espectáculo consiste en unos niños negros bailando sobre los restos de un colegio en ruinas. Yo lo veo todo desde la ventana del dentista. Alberto ha aparcado bajo la ventana, así que bajo desde el segundo piso lanzándome por un toldo de lona. En el coche discutimos sobre quién es mejor actriz, Catherine Turner o Sharon Stone. Yo defiendo a la Stone porque tiene más glamour. Alberto dice que prefiere a la Turner porque es más campechana.
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Amenábar ha estrenado su primera obra de teatro. El espectáculo consiste en unos niños negros bailando sobre los restos de un colegio en ruinas. Yo lo veo todo desde la ventana del dentista. Alberto ha aparcado bajo la ventana, así que bajo desde el segundo piso lanzándome por un toldo de lona. En el coche discutimos sobre quién es mejor actriz, Catherine Turner o Sharon Stone. Yo defiendo a la Stone porque tiene más glamour. Alberto dice que prefiere a la Turner porque es más campechana.
moraga
miércoles, 5 marzo 08. Llego a la playa volando a ras de orilla. Aunque es de noche la playa está llena de gente. A lo lejos veo a Daniel jugando con unos niños. Aterrizo y me abrazo a él. Los dos estamos muy contentos de vernos. Hay gente bailando dentro del agua las canciones que salen de un autocar aparcado en la arena. Daniel dice que tiene que llevar a los niños a algún sitio, y se sube al autocar. Dice que me ha dejado la música enterrada bajo el agua para que nadie pueda quitármela. El agua está completamente transparente, pero las olas vienen llenas de colillas. Ayer fue peor, dice, venían llenas de cáscaras de piña.
gas
martes, 4 marzo 08. Alguien está metiendo gas por debajo de la puerta. Noto cómo me voy quedando dormida. Salgo a la terraza y salto a la casa de al lado. La vecina está hablando con alguien en el descansillo, así que me escondo en el dormitorio de los niños, debajo de una cama. Uno de los niños me dice que me echará una manta por encima para que no me encuentren. Oigo portazos y cosas que se rompen. Cuando al fin se van de mi casa, salto por la ventana y robo un coche. El coche tiene el volante a la derecha y me cuesta mucho conducir. Consigo llegar a un bosque, donde los árboles están del revés, con las raíces hacia arriba. Abajo veo una cueva y una playa cubierta de pelotas pequeñas amarillas. Pienso, he llegado. Antes de bajar, veo como en una película lo que allí está pasando: las personas que se han ido refugiando allí a lo largo de los meses, han hecho dos bandos, uno de hombres y otro de mujeres, y ahora están en guerra. Decido no bajar y seguir huyendo. Tengo una dirección donde pueden ayudarme a escapar. Llamo al portero automático y una voz me dice que le diga cuántos somos y espere. Una pareja se acerca y me pide que los deje escapar conmigo. Digo que somos tres. La pareja me dice que en realidad, ellos son tres, pero que su hija ha desaparecido y tengo que encontrarla porque no se irán sin ella. Voy casa por casa preguntando si han visto a una niña. Abajo, en las casas del río, me dicen que la niña vive ahora con un futbolista.
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