miércoles, 26 marzo 08. Estoy en un bar lleno de humo hablando con un poeta. Le digo al camarero que no se puede respirar. El camarero, con varias cicatrices en la cara, me dice que ya han cerrado las puertas y no puede salir nadie, y que no se me ocurra ninguna tontería porque me están vigilando. Al decir esto, saca un cuchillo y lo clava en el mostrador. El poeta desaparece asustado y deja ver la espalda de un chico que hay apoyado en la barra, al fondo del bar. Sabía que eras tú, le digo, pero no te he saludado porque sé que no soportas a ese poeta. David González se vuelve sonriente, me da la mano y me dice que no me preocupe de nada. Cierra los ojos, dice. Cuando los abro, el bar se ha convertido en un parque. Nos sentamos en el césped y David se pone a fumar. He encargado una pulsera de cuero naranja para ti, dice. No conozco el cuero naranja, respondo, pero seguro que huele igual que tú. Vámonos, dice, y se levanta sonriente. Al levantarse se le han salido del bolsillo un mechero, dos cigarrillos y una bolsita con hachís. Lo recojo todo y lo guardo en mi bolso. Así no se te pierde más, le digo.