hacienda y málaga palacio

viernes, 21 marzo 08. Acompaño a mi suegra a hacienda. Un chico nos dice que nos saltemos la cola y pasemos dentro para atendernos personalmente. Mi suegra saca un montón de papeles que no sirven para nada y le explica al chico la vida de una vecina que, según ella, mató a su marido. Mientras lo cuenta, yo lo veo como en una película. El chico la escucha con una sonrisa. Después me dice que responda a algunas preguntas. Me pide que resuma el libro El amor en los tiempos del cólera. Le respondo que no soporto a García Márquez y que no creo que eso tenga nada que ver con la declaración de hacienda. Me enseña los papeles sin dejar de sonreír y, efectivamente, lo preguntan. Cada cinco minutos, pregunto la hora al chico y salgo corriendo a una cafetería que hay justo al lado donde está mi madre. El camarero también es un chico muy sonriente, al que tampoco parece molestarle que mi madre hable sin parar. Yo cambio de lugar cada cinco minutos para que ninguna de las dos esté sola mucho tiempo.
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Luján me cuenta que quiere cambiarse de residencia porque, en la que está, tiene unas vistas maravillosas pero también una compañera que la espía. Dice que prefiere volver donde estaba antes aunque sólo viera un muro tras una reja. En ese momento parece su compañera por la ventana y dice: Te estoy oyendo.
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En la última plata del Málaga Palacio han puesto una guardería. Subo porque mi madre ha llevado a mi hermana. Los padres de los niños toman algo en el bar mientras los niños juegan en la terraza. El suelo de la terraza tiene una fina capa de hielo azul y no tiene barandilla. Intento pastorear a los niños y acabo por encerrarlos en el baño para evitar que caigan al vacío. Explico la situación a los padres pero, ninguno, ni mi madre, me hacen caso. Mientras, los niños lloran en el baño. Me quito los zapatos y los dejo a la salida del baño. Abro la puerta y les digo a los niños que me rindo, que me marcho, que hagan lo que quieran. Los niños se han convertido en modelos vestidos de chaqué y mis zapatos en dos escamas de jabón con forma de hojas de eucalipto. Entro en el ascensor y le doy al bajo, pero el ascensor abre la puerta en el primero. Me da miedo salir y al volver a cerrarse la puerta, la luz se apaga. Sé que estás ahí y no te tengo miedo, grito. De repente estoy en sótano con mi suegra. Quiere comprar un mantel y elige un trozo de tela pequeño porque dice que siempre quiso un mantel de caballos pastores. Dice que me lo va a regalar. Le digo que no me gusta y que deberíamos irnos. De repente estamos en el último piso con un chico que, se supone, es compañero de trabajo de Alberto. Mi suegra cuenta intimidades falsas de Alberto, como que siempre usa chandal en casa y que nunca se ducha. El chico me tiende el móvil. Es Alberto y se enfada porque he estado hablando con su compañero. Le explico que su madre quiere regalarnos un mantel muy feo y que no sé si podré sacarla de allí. Alberto cuelga. Vuelvo sola al ascensor, que ahora tiene las paredes de cristal. Una pareja me dice que ganó la Miss número 72 y que ya era hora de que ganara una chica morena. No entiendo nada. Pregunto por los niños de la guardería. Tus padre ya se han marchado, dicen. Salgo a la calle y es de noche. Miro zapatos en un escaparate porque sigo descalza.