los hijos del emperador y chivite

domingo, 9 marzo 08. El emperador de Japón es el nuevo vecino de mi abuela y me ha invitado a comer. En el salón hay una mesa enorme cuadrada. Sus hijos salen a saludarme y se van sentando. Tiene veinte hijos, dos van en silla de ruedas, y una hija. La hija ha desaparecido y por eso me han invitado, para que yo, que conozco el barrio, la encuentre. Un camarero comienza servir la comida. La mesa es tan grande, que para acercar los platos a cada comensal, usa esa especie de rastrillo que utilizan los crupieres para desplazar las fichas.
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Acompaño a Begoña al médico. Al parecer necesita un certificado de que le dieron el alta de haber estado en una incubadora cuando era un bebé. El médico que nos atiende es el escritor Chivite. Dice que no tiene tiempo porque es 31 de diciembre y lo esperan en su casa para preparar la cena. Begoña le explica que si no tiene ese certificado perderá su trabajo. Chivite se quita la bata y debajo lleva un abrigo. Cuando está a punto de salir por la puerta, le digo: ¿Y si te digo que puedes firmar con este rotulador dorado? Chivite se vuelve, se sienta, firma el certificado y nos dice: Siempre quise usar uno.
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Carlos es cura. Del bolsillo de la sotana saca un cilicio de cuero con unos remaches metálicos y me lo tiende. Los remaches, si uno se fija, son letras. Le doy las gracias y me lo pongo de pulsera. Estamos sentados entre el público de un teatro al aire libre. La obra consiste en una chica que saca la cabeza por el agujero de una manta y cuenta sus vivencias desde niña. Me parece aburridísimo y me entretengo mirando unas nubes en el cielo con forma de pájaros. La chica que está sentada a mi lado llora. Cuando le pregunto si es por la obra, me dice que es porque acaban de operarle la nariz. Carlos me dice al oído que ahora que los dos tenemos la misma pulsera estamos unidos para siempre. Saca un papel donde un menor le propone una cita en un hotel. Se lo enseña a todos los espectadores, uno a uno. Algunos son curas como él. En el intermedio le digo que ese papel lo escribí yo, que era una broma, que pensé que reconocería mi letra. Dice que ha sufrido mucho por culpa de ese papel. Le digo que no entiendo para qué lo enseña a sus superiores. Me he dado cuenta de que este papel tiene mucho poder, dice. Pero el poder hay que saber cuándo usarlo, le respondo.