domingo, 16 marzo 08. Estoy en el puerto, esperando a mi tía Mari. Llega conduciendo un deportivo amarillo. Tiene el techo tan bajo que para entrar debo tumbarme en la acera. Dentro voy encogida. Pienso que si tenemos un accidente no podré salir de allí porque, además, no tiene ventanillas traseras.
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Mis tías Paqui, Mari y yo hemos llegado a una casa con un niño que siempre va en bicicleta. El niño se pasea por el pueblo diciéndole a la gente que no circulen por la calle nº4 porque va a haber un atentado. En el pueblo se forman grandes caravanas. Dos mujeres llegan a casa y preguntan por el niño. Mientras hablo con una, la otra le da una paliza. Empujo a una de ellas por la escalera, pero consigue volver a subir. Las vuelvo a empujar, a las dos, mientras veo como el niño se desangra a la puerta de casa. Con una mano empujo a las dos mujeres, con la otra golpeo en morse SOS en las ventanas de la casa. Las mujeres se van al final muy magulladas. Consigo abrir la puerta de casa a patadas. Dentro está mi tía Paqui con la cara llena de cicatrices y sangre. Mi tía Mari está envuelta en varias mantas dentro de un saco de dormir. Tiembla de miedo. Ve a recibir a tu familia, dice mi tía Paqui. No los reconozco, pero me acerco a abrazarlos y a contarles lo que ha pasado. La que se supone que es mi familia, es una señora muy mayor, un hombre negro joven, un niño mulato y una niña rubia. El hombre negro, se supone que es mi padre, me dice: Te veo deshilvanada. Le cuento lo que ha pasado y que seguramente las dos mujeres me habrán denunciado. Dice que si ellas empezaron a pegar al niño, yo les pegué en defensa propia. Le respondo que el niño no aparece y si no hay niño no hay pruebas. Mi tía Paqui tiene la cara llena de cicatrices, dice que la hacen más gorda y que no le valió la pena tanto régimen. A partir de ahora voy a comer lo que quiera, dice llorando. Decido entregarme. Salgo de la casa. Las calles están llenas de cascotes, barro y algas negras como si de verdad hubiera habido un atentado o un maremoto. Llego a una plaza con mucha luz. Al fondo veo la catedral de Cádiz y dos policías jugando, tranquilamente, al frontón.
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Mis tías Paqui, Mari y yo hemos llegado a una casa con un niño que siempre va en bicicleta. El niño se pasea por el pueblo diciéndole a la gente que no circulen por la calle nº4 porque va a haber un atentado. En el pueblo se forman grandes caravanas. Dos mujeres llegan a casa y preguntan por el niño. Mientras hablo con una, la otra le da una paliza. Empujo a una de ellas por la escalera, pero consigue volver a subir. Las vuelvo a empujar, a las dos, mientras veo como el niño se desangra a la puerta de casa. Con una mano empujo a las dos mujeres, con la otra golpeo en morse SOS en las ventanas de la casa. Las mujeres se van al final muy magulladas. Consigo abrir la puerta de casa a patadas. Dentro está mi tía Paqui con la cara llena de cicatrices y sangre. Mi tía Mari está envuelta en varias mantas dentro de un saco de dormir. Tiembla de miedo. Ve a recibir a tu familia, dice mi tía Paqui. No los reconozco, pero me acerco a abrazarlos y a contarles lo que ha pasado. La que se supone que es mi familia, es una señora muy mayor, un hombre negro joven, un niño mulato y una niña rubia. El hombre negro, se supone que es mi padre, me dice: Te veo deshilvanada. Le cuento lo que ha pasado y que seguramente las dos mujeres me habrán denunciado. Dice que si ellas empezaron a pegar al niño, yo les pegué en defensa propia. Le respondo que el niño no aparece y si no hay niño no hay pruebas. Mi tía Paqui tiene la cara llena de cicatrices, dice que la hacen más gorda y que no le valió la pena tanto régimen. A partir de ahora voy a comer lo que quiera, dice llorando. Decido entregarme. Salgo de la casa. Las calles están llenas de cascotes, barro y algas negras como si de verdad hubiera habido un atentado o un maremoto. Llego a una plaza con mucha luz. Al fondo veo la catedral de Cádiz y dos policías jugando, tranquilamente, al frontón.