jueves, 3 septiembre 2009. Trepo hasta el tejado de una casa. Me dejo caer. Planeo sobre un bosque de árboles amarillos.
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Acompaño a mi tía Encarna a la panadería de Chelo en calle María, que ya no existe. En la puerta, rozo sin querer el brazo de un hombre. Me agarra del cuello y exige que me disculpe. Después cuenta, a las mujeres que están comprando, que en su teléfono móvil guarda el número de todas las que se ha tirado. Más de medio millón, dice. Busco a mi tía, pero no está. Bajo hacia Fernando el Católico. Está en obras, junto a un montón de tierra hay libros y juguetes, soldaditos de plásticos. Intento bajar para coger algunos, pero los pies se me hunden. Ha empezado a llover, la tierra se ha convertido en barro amarillo y estoy hundida hasta la cintura. Temo no poder salir de allí. Me pregunto si seré capaz de respirar bajo el barro.
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Acompaño a mi tía Encarna a la panadería de Chelo en calle María, que ya no existe. En la puerta, rozo sin querer el brazo de un hombre. Me agarra del cuello y exige que me disculpe. Después cuenta, a las mujeres que están comprando, que en su teléfono móvil guarda el número de todas las que se ha tirado. Más de medio millón, dice. Busco a mi tía, pero no está. Bajo hacia Fernando el Católico. Está en obras, junto a un montón de tierra hay libros y juguetes, soldaditos de plásticos. Intento bajar para coger algunos, pero los pies se me hunden. Ha empezado a llover, la tierra se ha convertido en barro amarillo y estoy hundida hasta la cintura. Temo no poder salir de allí. Me pregunto si seré capaz de respirar bajo el barro.