jardín ámbar y manzanas azules

jueves, 24 septiembre 2009. Hablo por teléfono con Héctor Márquez. No sé de qué hablamos, pero me consuela escuchar su voz. Mientras habla veo una imágenes color ámbar de un jardín y una casa con luz de velas en cada ventana.
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Alberto y yo vamos a entrar al garaje. Un tipo nos para, dice que bajemos la ventanilla, nos pregunta dónde compramos el motor del coche. La pregunta me parece una trampa, le respondo que en una juguetería. Cuando aparcamos, le digo a Alberto que se dé prisa. Corremos al ascensor. Cuando llegamos a casa, el tipo ya está arriba con dos amigas. Dice ha entrenado toda su vida para esto. No parece agresivo, al contrario. El tipo dice que efectivamente la pregunta era una excusa para ofrecernos sus servicios. Le doy las gracias, le pido que se vaya, pero Alberto ya está besándose con una de las chicas. Me fijo entonces en que no es nuestra casa, es una juguetería. De repente, Alberto y yo estamos sentados en el paseo marítimo, de espaldas al mar. Delante de nosotros una niña escarba en la arena y encuentra un monopatín. Yo escarbo con el pie y encuentro dos manzanas de cristal azul, una grande y otra pequeña. Le pregunto a Alberto si quiere alguna. Me pasa el móvil. Un amigo me dice que lo esperemos para comer. Ven pronto, tengo que contarte lo que nos ha pasado esta noche, le digo. Como si ya lo supiera, dice que la mujer de un amigo suyo encontró maquillaje en la cama y que la separación está siendo una masacre. Cuando dice masacre, cierro los ojos como si así pudiera dejar de oír. También dice que él dejó de engañar a su mujer el día del pantalón blanco. No entiendo nada. Dice que llega un momento en que uno debe plantearse su calidad moral. No le veo sentido a nada de lo que dice. Mientras habla, tengo los ojos cerrados y veo una playa con piedras. Mientras me habla pienso que no quiero estar ahí, sino en esa playa. Oigo su voz, está justo detrás de mí, abrazado a una mujer negra muy guapa.