lunes, 28 septiembre 2009. Llego a un hotel en Bali. No hay nadie, al parecer he llegado incluso antes que los dueños. Subo hasta la azotea y me tumbo en una hamaca de tela. Comienzan a llegar otros viajeros. Veo pasar a Joaquín, un amigo de hace años, que resopla al verme. Si prefieres puedes ignorarme cada vez que me veas, le digo. Se sienta cerca sin mirarme. ¿Te importaría decirme sólo una cosa?, ¿por qué dejaste de hablarme? Joaquín niega con la cabeza.
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Salgo de una fiesta en una guardería, los niños me han regalado varios juguetes que ellos mismos han hecho. Dos chicas que suben una cuesta a mi lado, me preguntan si soy la nueva profesora. Alberto, que pasa en ese momento por la calle, me da un beso y sigue caminando con prisa. Las chicas me dicen que me vaya cuanto antes de ese pueblo, porque a todas las mujeres las dejan sus maridos a los tres años. Me preguntan cuántos años llevamos juntos. Veintinueve, respondo. ¿Y todavía se para por la calle para darte un beso? Se sientan en el alféizar de una ventana, sacan unos cuadernos y me miran como si yo fuera a dictarles algo.
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Hemos cenado en un bar con unos amigos. Cuando el camarero trae la cuenta, la cuenta es un póster enorme con la carta, donde tú eliges el precio de las cosas. También nos da una caja de lápices Alpino para que escribamos los precios y hagamos la cuenta, pero todos los lápices son blancos y es imposible escribir. Mientras trato de encontrar una solución, Antonio Muñoz Quintana me cuenta que David González le ha dicho por teléfono que cuando vaya a Madrid va a alquilar una moto para romper el aire.
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Salgo de una fiesta en una guardería, los niños me han regalado varios juguetes que ellos mismos han hecho. Dos chicas que suben una cuesta a mi lado, me preguntan si soy la nueva profesora. Alberto, que pasa en ese momento por la calle, me da un beso y sigue caminando con prisa. Las chicas me dicen que me vaya cuanto antes de ese pueblo, porque a todas las mujeres las dejan sus maridos a los tres años. Me preguntan cuántos años llevamos juntos. Veintinueve, respondo. ¿Y todavía se para por la calle para darte un beso? Se sientan en el alféizar de una ventana, sacan unos cuadernos y me miran como si yo fuera a dictarles algo.
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Hemos cenado en un bar con unos amigos. Cuando el camarero trae la cuenta, la cuenta es un póster enorme con la carta, donde tú eliges el precio de las cosas. También nos da una caja de lápices Alpino para que escribamos los precios y hagamos la cuenta, pero todos los lápices son blancos y es imposible escribir. Mientras trato de encontrar una solución, Antonio Muñoz Quintana me cuenta que David González le ha dicho por teléfono que cuando vaya a Madrid va a alquilar una moto para romper el aire.