coches y lobos plateados

domingo, 27 septiembre 2009. Alberto tenemos prisa por encontrar el coche del escritor Chivite para dejarle una nota urgente en el parabrisas, pero no sabemos el modelo ni la matrícula. Dejemos la misma nota en todos los coches plateados que veamos y seguro que alguno es, le digo.
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Estoy colgando de la barandilla de la terraza de la casa de mis padres. Mi madre y yo conversamos como si nada. Mamá, haz algo. Hija, no tengo fuerza para subirte. Pues baja a casa de Patricia, abres la terraza y me dejo caer, pero date prisa porque ya no aguanto más. Mi madre baja pero se equivoca de casa. Yo caigo al vacío sin estruendo.
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Tengo una casa en la Patagonia con un enorme jardín de tierra amarilla. He puesto colchones en el jardín y limitado el terreno con sillas. Mi padre lo mira todo con recelo y dice que prefiere dormir dentro por si llegan los lobos plateados.
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Dos chicas discuten dentro de un almacén de piedras. Yo observo la escena desde la acera. Todas las piedras llevan frases escritas.
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Mi hermana mira el correo en un ordenador muy pequeño que ha puesto en la mesita de noche del dormitorio de mis padres. Le pido que me deje enviar un trabajo que tengo que entregar urgentemente. Siempre te lo dejas todo para el último momento, me dice y sigue tecleando.