leonas, anillos y purranki

martes, 27 octubre 2009. Dos leonas pasean sueltas por la Plaza de la Merced, junto a la casa de Picasso. Se acercan, me quedo muy quieta. Una pasa de largo, la otra me ataca.
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Llego tarde a clase, antes de entrar me sacudo arena del pelo, la ropa y los zapatos. El profesor está escuchando la radio y los alumnos duermen en sus pupitres tapados con sábanas. Algunas sábanas son de papel de aluminio. Saco una caja de madera lacada, unos palillos y me dispongo a comer. Rosamari, mi amiga del colegio a quien no veo desde hace 30 años, me pregunta de dónde viene mi pasión por Oriente. Sentimiento primigenio, respondemos mi amigo Purranki y yo al unísono. Y es que Purranki está tumbado bajo mi pupitre. Lo miro y me sonríe.
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Envuelvo unos anillos de plata, de uno en uno, en unas servilletas de tela sucia enormes. Después me los voy metiendo en la boca.
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Tengo una semilla enorme con forma de huevo en un vaso de plástico. Junto a la pared hay un arriate de tierra color ceniza. Hundo la semilla sin dificultad. Le pregunto a Purranki, que anda por allí con su hija Irina en brazos, cómo puedo recordar dónde lo he sembrado. ¿Es un huevo que te traje de Japón?, dice. Sí, era un huevo, me lo comí y dentro tenía esto. ¡Es el primer huevo con semilla de la historia!, dice entusiasmado. Su hija, de apenas un año, baja de sus brazos, sube a un triciclo y se aleja vestida de novia.