viernes, 9 octubre 2009. Voy con Antonio Muñoz Quintana en el asiento trasero de un coche, nos damos cuenta de que no lleva conductor. Salto y tomo el volante. Tengo que subir por una cuesta muy empinada. Me bajo, doblo el coche como si fuera una carpeta y trepo por la cuesta. Un chico con rastas intenta ayudarme, dice que le dé el coche, que no va a robarme porque no sabría qué hacer con él. De Antonio, ni rastro.
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Bajo un escalón enorme y ya estoy en la playa. Hay piedras mojadas que brillan. Cojo dos, son idénticas. Me parece sospechoso. Miro a mi alrededor por si alguien las ha puesto ahí. Camino por la playa y todo el tiempo veo piedras iguales colocadas de dos en dos. En el paseo marítimo hay una performance. Alguien ha puesto una urna con muñecos y canicas. En un monitor se ve al autor dando explicaciones. Me siento a verlo. Me fijo que el sueño está cubierto con dibujos de Liniers. Lo han descubierto hace poco, ahora este suelo vale millones, me dice una chica. El artista se parece a mi amigo Óscar Jordán, pero no me atrevo a preguntarle si es él. El supuesto Óscar dice que quedemos para comer. Voy a casa a cambiarme, mi casa no es mi casa, es una habitación desordenada, ropa que no es mía se amontona sobre la cama, en el suelo hay monedas y papeles escritos. Alberto dice que tiene que irse. No puedes dejarme aquí con todo esto, le digo. La hora del almuerzo ha pasado e intento llamar a Óscar, pero no encuentro la agenda, el teléfono que hay colgado en la pared no funciona. Sólo deja escuchar sms leídos, dice Alberto y cierra la puerta.
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Juego con mi madre, en un patio muy luminoso lleno de plantas, a no dejar caer una pelota al suelo dándole puntapiés. La pelota es en realidad una especie de patata Matutano inflada. Al principio se nos cae, pero después de un rato somos capaces de hacer hasta chilenas. Mientras jugamos, de fondo suena el Porrompompero.
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Bajo un escalón enorme y ya estoy en la playa. Hay piedras mojadas que brillan. Cojo dos, son idénticas. Me parece sospechoso. Miro a mi alrededor por si alguien las ha puesto ahí. Camino por la playa y todo el tiempo veo piedras iguales colocadas de dos en dos. En el paseo marítimo hay una performance. Alguien ha puesto una urna con muñecos y canicas. En un monitor se ve al autor dando explicaciones. Me siento a verlo. Me fijo que el sueño está cubierto con dibujos de Liniers. Lo han descubierto hace poco, ahora este suelo vale millones, me dice una chica. El artista se parece a mi amigo Óscar Jordán, pero no me atrevo a preguntarle si es él. El supuesto Óscar dice que quedemos para comer. Voy a casa a cambiarme, mi casa no es mi casa, es una habitación desordenada, ropa que no es mía se amontona sobre la cama, en el suelo hay monedas y papeles escritos. Alberto dice que tiene que irse. No puedes dejarme aquí con todo esto, le digo. La hora del almuerzo ha pasado e intento llamar a Óscar, pero no encuentro la agenda, el teléfono que hay colgado en la pared no funciona. Sólo deja escuchar sms leídos, dice Alberto y cierra la puerta.
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Juego con mi madre, en un patio muy luminoso lleno de plantas, a no dejar caer una pelota al suelo dándole puntapiés. La pelota es en realidad una especie de patata Matutano inflada. Al principio se nos cae, pero después de un rato somos capaces de hacer hasta chilenas. Mientras jugamos, de fondo suena el Porrompompero.