jueves, 1 octubre 2009. Alberto y yo vamos en una montaña rusa para niños, cada uno en un cochecito distinto. Yo voy tumbada, tapada con una manta. Alberto dice que nunca le han gustado las atracciones peligrosas. Le digo que no se preocupe porque es para niños muy pequeños. En ese momento comenzamos a hacer tirabuzones vertiginosos. Cuando bajamos, un niño me pregunta si quiero ser su madre. Le miro los zapatos, como siempre hago con todo el mundo para saber si me caerá bien. El niño lleva un zapato en un pie y una zapatilla de deporte en el otro. Ven conmigo, le digo. Entramos en un taxi, lo abrazo y nos vamos a casa.