viernes, 16 abril 2010. Estoy sentada ante una mesa enorme, en una sala donde va a presentarse un libro. El poeta David González llega por sorpresa, me alegro muchísimo de verlo, quiero levantarme para darle un abrazo pero alguien ha empujado la mesa y estoy atrapada entre ella y la pared. David se sube tumba sobre la mesa, se acerca, me retira el pelo de la cara y me da muchos besos pequeños en la oreja. ¡Me das besos sin ruido para no dejarme sorda!, le digo entusiasmada. Me pasaría así toda la vida, dice.
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Mi suegra quiere limpiar la casa con un utensilio extrañísimo. También quiere que saque todo lo que hay en los armarios. Dice que soy muy lenta. No le digo nada, pero estoy cansadísima porque no he dormido en varias noches. Además, como no puede andar, mientras limpio unas alfombras debo llevarla a la cuestas sobre la espalda. Veo pasar a Alberto, de niño, con una lámpara granadina en la mano. No comprendo cómo estoy viviendo con su madre si, él y yo, todavía no nos hemos conocido.
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Mi suegra quiere limpiar la casa con un utensilio extrañísimo. También quiere que saque todo lo que hay en los armarios. Dice que soy muy lenta. No le digo nada, pero estoy cansadísima porque no he dormido en varias noches. Además, como no puede andar, mientras limpio unas alfombras debo llevarla a la cuestas sobre la espalda. Veo pasar a Alberto, de niño, con una lámpara granadina en la mano. No comprendo cómo estoy viviendo con su madre si, él y yo, todavía no nos hemos conocido.